Nosotros debemos honrar á
nuestros ángeles custodios, darles gracias, invocarlos, y seguir sus
inspiraciones. Es cierto, que el culto y la invocación de los santos ángeles, ó
la veneración que la Iglesia ha tenido siempre por esos espíritus
bienaventurados, no es en ninguna manera contraria al precepto de honrar y amar
á Dios solo. Y en efecto, ¿sería posible hallar á alguno tan insensato para
imaginarse que, porque un rey hubiese prohibido á cualquiera de sus vasallos el
tomar el título de rey, y permitir que se le hiciesen los mismos honores que se
hacen á su persona, fuese esto un indicio de que no quería que se honrase á sus
ministros y á sus oficiales? Porque, aunque los cristianos honren á los ángeles
siguiendo el ejemplo de los santos del antiguo Testamento, ellos se guardan
bien de tributarles los mismos honores que á Dios. Así, cuando leemos que los
ángeles han rehusado ciertos honores de parte de los hombres, esto ha sido
porque en aquellas ocasiones se quería tributarles el honor supremo que no es
debido sino á Dios solamente. Y si Dios ha querido que se hiciesen tantos
honores á los reyes, por medio de los cuales él gobierna este mundo; ¿por qué
no debe ser permitido honrar a los ángeles, que son los ministros de quienes
se sirve, no solo para el gobierno de su Iglesia en particular, sino también
para el de todo este universo, y con el auxilio de los cuales somos librados
todos los días de mil peligros, tanto del alma, como del cuerpo?
Entremos por lo tanto en los
sentimientos de la Iglesia, y hagamos todos nuestros esfuerzos para honrar á
nuestros ángeles custodios. Oigamos a san Bernardo: Nosotros debemos tener,
dice este Padre (In Psalm. Qai habitat) , un grande respeto a la presencia de
nuestros ángeles tutelares, reverentiam pro praesentia-. su excelencia, su
santidad, su dignidad nos inducen a ello. La majestad de los reyes de la tierra
imprime tanto respeto, que su sola presencia nos mantiene en el deber. Pero,
dice Jesucristo (Matth. XI, 11) el que es más pequeño en el cielo, es más
grande que todo lo que hay di más elevado en la tierra: el último de los
ángeles es más noble que el más grande potentado de este mundo: y siendo esto
así, ¿con qué respeto no debemos estar delante de ellos, pensando que siempre
están presentes á Dios, y al mismo tiempo siempre presentes a nosotros? Cuando
nuestras pasiones quieren arrastrarnos a alguna acción indigna, imaginémonos,
decía un sabio, que estamos delante de una persona de eminente virtud y de
grande autoridad: este solo pensamiento nos contendrá. El consejo es bueno;
pero sería mucho más eficaz si nuestra imaginación nos representara a esta
persona realmente presente. Ahora bien, nuestro ángel de la guarda, ese
espíritu tan noble y tan puro, está realmente presente a nosotros: y en este
supuesto ¿cómo nos atreveríamos a hacer delante de él lo que nos
avergonzaríamos de hacer en la presencia del último de los hombres? ¿Creemos
acaso que sea insensible a un desprecio tan grande? ¿Y no tememos sus
consecuencias?
2.° Si, en sentir de san Jerónimo (Lib. ni, Comment.
in cap. 10 Matthei), es una prueba incontestable de la excelencia de nuestras
almas el saber, que apenas son ellas creadas, cuando Dios les destina un
príncipe de su corte para que tome cuidado de ellas y se encargue de
conducirlas; sin embargo esto no es cosa que deba sorprendernos, puesto que
está en el orden de la sabiduría de Dios el emplear esas inteligencias, como a oficiales suyos, en el gobierno de este vasto universo. Pero, el que esos
espíritus inmortales, tan superiores a nosotros por su naturaleza, y dotados de
aquella plenitud de felicidad de que disfrutan por la posesión del mismo Dios
que es su supremo bien; que esas criaturas, digo, tan nobles, tan excelentes,
tan perfectas, estén destinadas a conducir, no solo a príncipes y monarcas,
sino también al mas ínfimo de todos los hombres y al mas miserable que exista
sobre la tierra, y saber que se aplican a ello con todo el cuidado que pueda
imaginarse, y que consideran este empleo como el mayor y el mas glorioso: esto
es, hermanos míos, lo que debe causar admiración a todos los hombres, y ser no
menos el motivo de su agradecimiento. La felicidad de que disfrutan, no les
impide aliviar nuestras miserias: ellos están en el cielo, y conversan con los
hombres sobre la tierra a un mismo tiempo: ellos alaban y bendicen al Criador,
y están atentos á las necesidades de las criaturas.
De esto se sigue, que pueden
considerarse esos espíritus bienaventurados bajo dos aspectos, que ambos se
expresan con el nombre de ángeles, el cual es tomado de su oficio y no de su
naturaleza, y significa mensajeros, embajadores, y enviados. Esto lo explicó
muy bien san Bernardo. Esos espíritus puros, dice, dirigiéndose a Dios, son
los vuestros y los nuestros a la vez, es decir, son vuestros embajadores cerca
de los hombres, y al mismo tiempo son los enviados de los hombres cerca de Vos.
Ellos no se contentan con tomar cuidado de nosotros, prestarnos toda clase de
buenos servicios, procurarnos toda especie dé bienes, preservarnos de mil
peligros, librarnos de infinidad de males: ellos presentan también nuestras oraciones
a Dios, y nos traen sus gracias: ellos nos llevan, por decirlo así, en sus
manos; y cuando tenemos la desgracia de caer, nos ayudan á levantarnos de
nuestras caídas. ¿Qué reconocimiento no les debemos por tantos y tan grandes
beneficios?
3.° El poder y el crédito de los santos
ángeles se emplea continuamente y en toda su integridad á favor de nosotros,
por nuestros asuntos, por nuestras necesidades; porque, como acabo de decirla,
son nuestros ángeles cerca de Dios, y nuestros guías sobre la tierra. Ellos
nos protegen contra nuestros enemigos, nos apartan del mal, y nos incitan al
bien por medio de las buenas inspiraciones que nos dan, y las gracias que no
cesan de procurarnos, rogando por nosotros. La misma Escritura santa nos dice (Tob. XII, 12), que esos espíritus bienaventurados presentan al Señor, no solo las oraciones
y las lágrimas de los individuos en particular, sino también que se interesan
por las provincias y los reinos (Dan.X, 12). Así es que está llena de testimonios
que autorizan la invocación que les hacemos. Jacob pidió al ángel, con quien había
luchado, que le bendijera (Gen. XXXII, 26): y hasta le obligó a ello,
protestándole que no le dejaría ir sin que antes hubiese recibido su bendición.
Y no solo invocó a este ángel á quien veía, sino también á otro al que no veía,
como se desprende de estas palabras que dirigió a los hijos de José (Gen. XLVIII,
16): Proteja y bendiga a esos niños el ángel que me libró de todo mal: Angelus,
qui eripuil me de cundís malis, benedicat pueris istis. Y en vista de ello,
¿qué no debemos esperar nosotros del socorro de nuestros ángeles de la guarda?
¡qué intercesión más poderosa ! ¡y con qué confianza no debemos implorar su
asistencia!
Nosotros debemos acudir a nuestros
ángeles custodios en todas nuestras necesidades, principalmente por la mañana y
a la noche todos los días, y en dos ocasiones particulares, la primera de las
cuales es cuando deliberamos ó queremos emprender algún asunto importante en el
cual tenemos necesidad de consejo y de asistencia. Pidamos a nuestro buen ángel
que nos guie en este asunto, de manera que no lo emprendamos si no es conforme
a la voluntad de Dios, para su servicio y nuestra salvación, y que nos asista
para concluirlo felizmente. Este medio es muy eficaz para que tengan un buen
efecto nuestras oraciones, y para atraer la bendición del cielo sobre todas
nuestras empresas. Es imposible que dejen de tener un feliz suceso teniendo tan
buen conductor, que es a un mismo tiempo muy fiel, muy poderoso y sumamente
sabio. La segunda ocasión es cuando nos vemos atacados de alguna tentación, y
expuestos al peligro de ofender a Dios. Cuando viereis, dice san Bernardo, que
os amenaza de cerca una grande tentación, ó que se acerca una grande tribulación,
invocad á vuestro custodio, á vuestro guía, á aquel que os socorre con
oportunidad en vuestras necesidades. En una palabra, encomendaos á él todos
los días de vuestra vida: rogadle que vele sin cesar sobre vuestra conducta:
sed dóciles y fieles en seguir las santas inspiraciones que él os sugiere:
pedidle que os preserve de los males de esta vida, y en especial del pecado que
es el mayor de los males, y que por fin os conduzca á la vida eterna. Amén.