La Pia Unión de la Hijas de María es una asociación de niñas y jóvenes católicas que aún no han elegido estado, y que buscan imitar en todo a la Santísima Virgen a través del cumplimiento de sus deberes en la vida familiar y parroquial; y que luego de un tiempo de probación, se consagran a su Santísima Madre como sus Hijas predilectas, sin ningún otro lazo que las ate más que el de un inmenso amor a su Inmaculado Corazón, la búsqueda de la perfección cristiana y la imitación de sus admirables virtudes.

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"Qui me invenerit, inveniet vitam et auriet salutem a Domino" (Quien me encuentra, encuentra la Vida y alcanzará de Dios la Salvación).Prov. 8,34

16 ago 2021

Nuevas Admisiones

15 de agosto 2021, en la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos fueron  admitidas 3 nuevas Hijas de Maria llegando a un total de 12 desde sus inicios bajo el apoyo de las religiosas Esclavas Reparadoras de la Sagrada Familia en Colombia.
Alégrense los cielos y la tierra y Dios les de, por intervención de su Madre Divina, fidelidad en las pruebas de esta vida y perseverancia para llegar al Cielo.

5 nov 2018

Origen de la Pia Unión: la Santísima Virgen le pide a Santa Catalina Labouré establecer las Hijas de María

VIDA DE SANTA CATALINA LABOURÉ


LA INFANCIA Y LA ORFANDAD

Fain-les-Moutiers es una pequeña aldea borgoñona, no lejos de Dijon, con apenas doscientos habitantes. Grandes alquerías se agrupan en torno a la iglesia. Apenas se entra en la aldea, atrae la mirada una alta torre: es el palomar de la alquería Labouré… con sus 600 palomas. En este entorno nace Catalina el 2 de mayo de 1806.  Suelen llamarla Zoé, el nombre de la santa del día en que nació. Es la octava de los diez hijos de Pedro Labouré y Magdalena Gontard. La madre de Catalina fallece repentinamente el 9 de octubre de 1815, dejándola a sus nueve años, muy conmovida.  Llena de lágrimas, recuerda una oración que su madre le hacía recitar fielmente cada noche.  En la habitación de la difunta, había una imagen de la Virgen.  Lo toma y le dice: Ahora serás Tú mi madre.” El recurso a la Virgen no fue para ella un refugio pasivo de una niña tímida. Estableció con ella aquel vínculo en la noche de la fe como una muchacha libre y responsable.

LA VOCACIÓN

A los doce años, Catalina se convierte en granjera. Asume el papel de madre de familia y señora de la casa. Su hermana mayor, María Luisa, de 23 años, había comenzado su postulantado con las Hijas de la Caridad en Langres.
Como ama de casa, Catalina es la primera en levantarse. La principal tarea de todos los días es atender a la cocina. Además de esto, hay que ordeñar las vacas, distribuir el forraje, llevar el rebaño al abrevadero comunal, preparar la comida para los cerdos, recoger los huevos del gallinero, sacar agua del pozo.
Una noche, cuando Catalina tenía catorce años, tiene un sueño cuyo recuerdo la persigue.
“Estaba rezando en la iglesia de Fain.  Decía la misa un sacerdote anciano, el cual me miró. Yo quería huir.  Entonces me dijo: – Me encontrarás de nuevo un día.  Dios tiene un proyecto para ti…”
Catalina se espera hasta el 2 de mayo de 1817 cuando cumplió 21 años.  Expone su decisión de ser Hija de la Caridad a su padre, el cual lo rechaza. Ya le ha dado a Dios una hija y siempre le ha dicho que no le daría dos. Le manda a París con su hermano Carlos que tiene una tienda de vinos y taberna. El es dichoso teniendo consigo a su hermana; pero muy pronto descubre su sufrimiento.  Lo comunica a su padre, el cual no quiere saber nada. 
Los hermanos de Catalina se ponen de acuerdo, y Huberto tiene la idea de ponerla en el pensionado que ha abierto su mujer, cerca de Fain-les-Moutiers. Allí, en Châtillon-sur-Seine, aprende a leer y escribir.
Las Hijas de la Caridad tienen casa en Châtillon y Catalina va a verlas.  ¡Se lleva una sorpresa!  A la entrada de la casa, atrae su mirada un cuadro.  ¡El sacerdote que había visto en sueños, san Vicente de Paúl!
Viendo a Catalina tan dichosa, cuando está con las Hermanas, Huberto resuelve hablar de nuevo con su padre.  Este se deja convencer, y termina por aceptar la vocación de su hija y su adiós final a Fain-les-Moutiers.

EL SEMINARIO

El 21 de abril de 1830, Catalina Labouré es admitida en el seminario de las Hijas de la Caridad, rue du Bac 140, en París. Le han dicho que el periodo de formación era duro pero iba preparada para todo. Nada le pesa, sobre todo ahora cuando actúa según su corazón.
Apenas llegar recibe una noticia que viene a colmar sus deseos: las reliquias de san Vicente van a ser solemnemente trasladadas desde Notre-Dame a San Lázaro, la capilla de los Sacerdotes de la Misión, Padres Paúles el 25 de abril.
En el seminario la jornada transcurre entre el trabajo, la oración y el estudio. Durante diez o doce meses, las Hermanas se preparan para ser Hijas de la Caridad. Nada distingue de las demás a Catalina.
Sin embargo, el 18 de julio, un poco antes de medianoche, Catalina oye una voz:
“¡Hermana! ¡Hermana! Levántate enseguida y ven a la capilla; ¡te está esperando la santísima Virgen!”
Ella se levanta y descubre junto a su lecho un niño resplandeciente de luz.  Le sigue hasta la capilla, que está iluminada… Allí espera, algo inquieta.  Catalina refiere:
“Oí una especie de ruido… Alguien viene a sentarse en el sillón… dudaba si sería la Santísima Virgen. Fue entonces cuando me habló el niño, pero no como un niño, sino como un hombre, en voz alta y con palabras más fuertes.  Entonces, mirando a la Virgen, di como un salto hacia ella, de rodillas sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en las rodillas de la santísima Virgen.  Así pasaron unos momentos, los más dulces de mi vida.
En este primer encuentro, María habla prolongadamente con Catalina.  Le anuncia que le confiará una misión; le advierte que no debe dejarse detener por las dificultades, sino que ha de venir a orar a Jesús en la Eucaristía.
Cuatro meses más tarde, el 27 de noviembre de 1830, segunda visita de María a Catalina: “Era la hora de la oración de la tarde; yo estaba en la capilla con todas las Hermanas; vi a la Santísima Virgen, de pie, ofreciendo a Dios el globo terráqueo, que sostenía en las manos.  De sus dedos salían rayos de luz, símbolo de las gracias que da a todos los que se las piden. Luego, vi formarse un óvalo en torno a la Santísima Virgen, con esta oración: Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.”
El óvalo se dio la vuelta, y vi la letra M, con una cruz encima, y debajo dos corazones: el de Jesús, coronado de espinas; el de María, atravesado por una espada; y me dijo una voz: 
"Haz que acuñen una medalla según este modelo; quienes la lleven con confianza, recibirán muchas gracias.”


 PRIMEROS PASOS EN EL HOSPICIO DE ENGHIEN

El 5 de febrero de 1831, Sor Catalina deja el seminario. Va destinada al hospicio de Enghien, un asilo de ancianos, en el municipio de Reuilly, un barrio pobre al sudeste de París.  Está situado en una gran propiedad, y alberga a una cincuentena de personas de edad con escasos medios, a las que sirven siete Hermanas.
Por ser la más joven, se encomiendan a Catalina los trabajos más duros: la cocina, atender al corral y a la granja. El buen sentido y la competencia de la campesina de Fain-les-Moutiers hacen maravillas.  Pese los escasos recursos de la casa, se las ingenia y adereza platos apetitosos, para el bien de todos.
Pese a sus múltiples ocupaciones, Catalina no cesa de pensar en la misión que le ha sido confiada.  Por consejo de la Santísima Virgen, ha hablado con el PadreAladel, que la conoce bien.  Éste, al principio, no la cree, pero poco a poco se deja vencer por la sencilla tenacidad de Catalina.
En 1832, con licencia del arzobispo de París, se acuñan las primeras medallas. Catalina recibe su Medalla a primeros de julio, en su comunidad, sin que haya nadie que la distinga y pueda airear el secreto.
Una terrible epidemia de cólera se ceba en París.  En todos los distritos se cuentan con muertos por millares; una Hermana de la comunidad de Catalina está entre las primeras víctimas.  Para hacer frente a esta plaga, que nadie puede detener, los cristianos oran.  Las Hijas de la Caridad distribuyen la medalla, y hacen que los enfermos reciten la oración que dejó a Catalina la Virgen María: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.  Se ven curaciones inesperadas y extraordinarias conversiones.
Desde febrero de 1834, antes de que se hubiera publicado ningún relato, la medalla es calificada corrientemente de “milagrosa”, ¡nombre que le quedará!
Catalina no se olvida del encargo que le dio la Virgen de transmitir al padre Aladel:
“La santísima Virgen quiere de usted una misión… Será usted su fundador y su director.  Se trata de una Cofradía de Hijas de María a la que la santísima Virgen concederá muchas gracias.  Le concederán indulgencias… Se celebrarán muchas fiestas.  El mes de María se celebrará con mucha pompa en muchos sitios.”
La obra surgió espontáneamente en 1838, cuando el padre Aladel era tercer asistente y colaborador del padre Etienne, entonces procurador de la Misión. BenignaHairon, nacida en Beaune en 1822, empezó en dicha ciudad a los 16 años, el 8 de diciembre de 1838, con un grupo de Hijas de María.  La asociación quedó constituida el 2 de febrero de 1840.  Desde entonces empezó a esparcirse por otros lugares.  El 20 de julio de 1847, el Papa Pio IX concede por escrito la facultad “de establecer en las escuelas dirigidas por las hijas de la Caridad una Asociación bajo el patrocinio de la Virgen Inmaculada”.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:"Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden."

LA GUERRA Y LA COMUNA

El 19 de julio de 1870, el emperador Napoleón III declara la guerra a Prusia. El aplastamiento de Francia es rápido, y el pueblo se subleva contra el emperador. Un gran movimiento popular, llamado La Comuna, se apodera de París.  El barrio de Reuilly está en el centro del conflicto.
Las Hermanas curan a los heridos de ambos campos. Los combatientes invaden el convento. Catalina es detenida y conducida al puesto de la policía. Piden que declare contra La Valentin, una asilada fanática, que la ha hecho sufrir mucho. Pero Catalina no dice nada.

LOS ÚLTIMOS AÑOS

El 31 de mayo de 1871 Sor Catalina se ha encontrado de nuevo con su hospicio, con su huerto, con su portería. Hay ambiente de alegría. Los pobres, más numerosos después de tantos trastornos, se sienten dichosos de volver a verla, a la puerta, siempre acogedora y dadivosa. Saben que son ellos sus preferidos.
Catalina ha cumplido ya 65 años, pero se sigue levantando a las 4 de la mañana, cuando suena la campana.  Su ancianidad es sólida.  Su oración es ejemplar y sobria: se mantiene erguida, inmóvil, con las manos apenas apoyadas en el reclinatorio, con la mirada transparente fija en el sagrario o en la estatua de la Virgen.
Ya siente menguar sus fuerzas, y que la muerte se acerca. Es diciembre de 1876 y Catalina, cada vez más postrada, ya no sale. Asegura con calma: “No veré el final del año.”
31 de diciembre de 1876: el año se acaba y Catalina sigue aún con vida.  No parece que la muerte sea inminente. Recibe la comunión y las Hermanas recitan con ella el Santo Rosario. Suavemente, la sonrisa en los labios, expira.  Eran las 7 de la tarde.  Aquella misma noche, en el comedor, sor Juana declara:
“No hay que ocultar ya nada. Catalina fue la que vio a la santísima Virgen y recibió el encargo de que hiciese acuñar la medalla milagrosa.”
El 3 de enero de 1877, una larga procesión recorre los tres jardines de Reuilly.  Ha acudido una numerosa multitud.  El entierro es un verdadero triunfo para la que siempre quiso permanecer desconocida.
Catalina es declarada santa por Pio XII, el 21 de julio de 1947.  Hoy, su cuerpo reposa en la capilla de la Medalla Milagrosa, París, rue du Bac 140.  Esta capilla se ha convertido en lugar de peregrinaciones.  Las muchedumbres responden a la invitación de la Virgen María: 
“Venid a pie del altar: allí se derramarán las gracias sobre cuántos las pidan con fervor.”

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Lugar donde se apareció la Santísima Virgen en el Santuario de la Medalla Milagrosa, Rue du Bac.



Cuerpo encontrado incorrupto de Santa Catalina Labouré en el Santuario de la Medalla Milagrosa, Rue du Bac.



Historia de la Pia Unión de las Hijas de Maria

CAPITULO I. 
HISTORIA  DE  LA   PÍA   UNION
DE  LAS HIJAS DE MARIA.
                                                                  

Cuando Dios quiere salvar un siglo, y su Igle­sia, tiene necesidad de ser vindicada y glorifi­cada, emite un soplo divino, y se renueva la faz de la tierra. Uno de esos soplos divinos pasó sobre el mundo en los siglos doce y dieciséis para espe­cial provecho de la juventud femenina, y se ha renovado en nuestro siglo con una de esas instituciones que son un poderoso baluarte contra la corrupción de costumbres y el decaimiento de la fe. En efecto, a principios del siglo XII el Beato Pe­dro de Honestis, Canónigo Regular, instituía en la ciudad de Ravena, en Italia, en la antiquísima Iglesia de Nuestra Señora del Puerto, una Pía Unión titulada de los Hijos é Hijas de María, a la cual dieron su nombre Pontífices, Emperadores y Em­peratrices, Reyes y Reinas, como atestiguan los pocos documentos que se han podido salvar de un pavoroso incendio. Y nos es grato recordar aquí que la célebre Condesa Matilde de Canosa fue la primera de dichas hijas de María.
Al declinar el siglo XVI (desde 1594 hasta 1640) otro religioso de nuestra orden, el Canónigo San Pedro Fourier, Párroco de la Iglesia de Mattaincourt, en Francia, proveyó a su vez a la reforma de la juventud femenina, erigiendo una Congre­gación en honor de la Santísima Virgen bajo el título de su Inmaculada Concepción, y muy luego pudo palpar sus saludables efectos, pues la parroquia de su cargo se trocó en un asilo de piedad, en un refugio seguro de aquella fe y religión que parecían haberse perdido por aquellos tiempos en los otros pueblos de la católica Francia.
Mas, como suele acontecer en todas las obras humanas, las Congregaciones de los Padres Honestis y Fourier, fueron decayendo con el andar del tiempo. Dios, empero, que bien conoce las necesidades de cada siglo, volvió a suscitar en el presente, en Francia e Italia, de un modo admi­rable, tan bella y útil Congregación. En Francia, el Sr. Etienne, Superior General de los Padres de la Misión y de las Hijas de Caridad, introdujo desde el año 1847 en las escuelas de dichas religio­sas, tan beneméritas de la Sociedad y de la Igle­sia, una Asociación llamada de las Hijas de María y más tarde, conseguía que el Papa Pío IX de feliz memoria, la aprobara para los establecimien­tos de las Hijas de la Caridad.
En Italia hizo Dios otro tanto para resucitar tan provechosa institución. No quería El que sólo en Francia se viera enarbolado el estandarte de las Hijas de María Inmaculada, y no eran sólo las escuelas de las Hijas de la Caridad las que debían ver reunidas en un grupo jóvenes de menor y ma­yor edad, consagradas muy particularmente al servicio de la Emperatriz y Reina del cielo y de la tierra. Esta Pía Unión se debía extender en corto tiempo, y todas las ciudades, y pueblos de Italia debían contar con una obra tan bella y útil para la iglesia y la sociedad. Los designios de la Providencia se cumplieron  puntualmente: sacerdotes celosos, auxiliados por párrocos emprendedores, comenzaron a propagar la milicia de las Hijas de la Inmaculada, la defendieron de las calumnias, de los insultos, con que los secuaces del siglo tra­taron de aplastarla desde el principio; se ocuparon en formar leyes y reglamentos por medio de los cuales dicha sagrada milicia pudiese tener vida y fuese considerada, como un cuerpo  moral. La obra bendecida por Dios, no podía dar sino felices resultados: no contribuyó poco a esto el celo de los Obispos que echando luego de ver en ella la utilidad que recabarían las jóvenes, la encomiaron y establecieron en sus diócesis.  De ahí resultó que no sólo en Roma y en Italia sino en las más apar­tadas regiones, no existe, por decirlo así, un hos­picio, una escuela de niñas que no cuente con un grupo más o menos numeroso de jóvenes que conde­coradas con la medalla de Hijas de María, forman el consuelo de su familia y son el ejemplo del pueblo.
He ahí el origen de la Pía Unión conocida con el nombre de la Pía Unión de las Hijas de María bajo el Patrocinio de la Virgen Inmaculada y de Santa Inés V. M. que es en la actualidad la Madre de las otras.
No queremos ir demasiado lejos en lo que de­cimos; pero si nos es lícito manifestar una idea, no titubeamos en afirmar que el desarrollo impreso a esta Pía Unión, además de ser admirable, tiene algo de celestial. ¿No es probable acaso que Dios haya querido dar a la Virgen un nuevo triunfo en un siglo tan corrompido, en el cual el odio a la Inmaculada ha llegado a poderse comparar con el de los Iconoclastas?... ¡Quiera Dios que estas Pías Uniones aumenten siempre! Sólo así nos será dado poner un dique al impetuoso torrente que amenaza invadir la Europa entera.

Patronas de las Hijas de María - Santa Inés


SANTA INÉS, VIRGEN Y MÁRTIR
† martirizada hacia el año 304 en Roma

Patrona de las Hijas de María
 Gocémonos, y saltemos de júbilo y demos gloria a Dios,
pues han llegado las bodas del Cordero
y su esposa se ha engalanado.
(Apocalipsis 19, 7)

He aquí a la esposa del Cordero de Dios. Búrlase ella para conservar su cuerpo y su corazón para su esposo Jesús de las proposiciones y de las amenazas del tirano. Los ángeles la acompañan a un lugar infame y dan muerte al insolente que quiere arrebatarle la honra; mas ella devuélvele la vida y lo convierte a la fe. Se la echa al fuego, pero el fuego respeta a la tierna virgen y da muerte a los verdugos. Condenada, finalmente, a ser decapitada, inclina la cabeza y va al cielo a juntarse con su Esposo divino a quien prometiera fidelidad.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SANTA INÉS

I. Santa Inés consagra su cuerpo y su alma a Jesús, a los trece años, mediante el voto de castidad. ¡Qué amable Esposo elige! ¡Qué bello! ¡Qué sabio! ¡Qué poderoso! ¡Cuánto amor tiene por ella! Conságrate enteramente a Él y experimentarás los dulces efectos de su amor. ¡Oh Jesús, divino Esposo de nuestra alma, si los hombres os conociesen, os amarían y despreciarían las efímeras bellezas de la tierra para poseeros! ¡Os amo, Dios mío! Si es poco, haced que os ame con amor más ardiente y más puro (San Agustín).

II. Se amenaza a Santa Inés con los tormentos más crueles si no se casa con el hijo del prefecto de Roma, pero ella responde que es la prometida de Jesucristo. Se la arroja a las llamas, pero éstas no hacen sino aumentar su amor; las heridas la hacen más bella y más parecida a su divino Esposo. Considerar que tenía sólo 13 años, ¿Qué haces tú para conservar tu cuerpo y tu alma para Jesucristo? ¿Qué tormentos soportarías? Tenía menos fuerzas que tú, pero más valor; tenía más fe y amor para con Jesucristo.

III. Se le promete una considerable fortuna si consiente en casarse con el hijo del prefecto; resiste a las seducciones como ha resistido a los suplicios. ¡Cuán pocas personas hay que resistan al atractivo de los placeres! Cuídate de ese doble veneno. Es más fácil resistir a los tormentos que a la voluptuosidad. Los tormentos aterran: la voluptuosidad halaga (San Cipriano).

Santas que fueron Hijas de María

Santa Teresa de Lisieux
  
Cuenta su entrada en la Pia Unión por medio de uno de sus manuscritos que escribe por obediencia:

Hija de María
[40vº] Casi inmediatamente después de mi entrada en la Abadía, ingresé en la Congregación de los Santos Ángeles. Me gustaban mucho los ejercicios de devoción que en ella se prescribían, pues sentía una especial inclinación a invocar a los bienaventurados espíritus celestiales, y en particular al que Dios me dio para que fuera el compañero de mi destierro .
Poco tiempo después de mi primera comunión, la banda de aspirante a las Hijas de María sustituyó a la de los Santos Ángeles, pero abandoné la Abadía sin haber sido recibida en esa congregación de la Santísima Virgen. Como salí antes de terminar los estudios, no se me permitía entrar en ella como antigua alumna. Confieso que ese privilegio no me atraía demasiado; pero pensando que todas mis hermanas habían sido "hijas de María", no quería ser menos hija que ellas de mi Madre del cielo, y fui muy humildemente (a pesar de lo mucho que costaba) a pedir permiso para ingresar en la congregación de la Santísima Virgen, en la Abadía. La primera profesora no quiso negármelo, pero me puso como condición que tenía que venir al colegio dos días a la semana , por la tarde, para demostrar que era digna de ser admitida.
Este permiso, lejos de agradarme, me costó enormemente. Yo no tenía, como las demás alumnas, una profesora amiga con quien poder ir a pasar el tiempo. Así es que me conformaba con ir a saludar a la profesora, y luego trabajaba en silencio hasta que terminaba la clase de labores. Nadie se fijaba en mí. Así que subía a la tribuna de la capilla y me estaba allí delante del Santísimo hasta que papá venía a buscarme.


Santa Teresa de los Andes

Escribe la santa en una de sus cartas:
"Pídele a la Santísima. Virgen que sea tu guía; que sea la estrella, el faro que luzca en medio de las tinieblas de tu vida. Que te muestre el puerto donde has de desembarcar para llegar a la celestial Jerusalén. La voluntad de Dios es que seamos virtuosas. Tengamos el suficiente carácter para ser verdaderas Hijas de María, tanto en el colegio como en la casa. Lo demostraremos si somos obedientes. Obedecer, tal como obedecía N. Señor Jesucristo en Nazaret, aún a sus inferiores, porque era la voluntad de su Padre. Obedecer sin replicar y sin indagar si tienen razón o no en mandarnos, sometiendo así nuestro juicio al del superior o inferior. Siendo puras como los ángeles. Jamás detenernos en un pensamiento impuro, ni fijar nuestra vista en algo menos decente. Tener mucha modestia en el vestirnos, pensando cómo lo haría la Santísima. Virgen. Debemos tratar de ser caritativas. No hablar jamás mal del prójimo. Defenderlo en cuanto podamos, o desviar la conversación a otro asunto sin que lo noten, si no podemos defenderlo.  
Manifestarnos siempre cual somos, es decir, sin andar disimulando lo que pensamos (sólo que la prudencia lo estime necesario). Y nuestro pensamiento ha de ser el que corresponde a una Hija de María. Jamás dejarnos vencer por el respeto humano, y recurrir a la Santísima. Virgen, si nos vemos vencidos por él. Ser humildes. Tratemos primero de no hablar de nosotras mismas para nada, ni en pro ni en contra, como de una persona que ni siquiera se habla de ella porque se desprecia."

Santa Bernardita Soubirous 

En una de las ocasiones en que Bernardita acude a la gruta de Lourdes, cuenta su biógrafo:

"El 19 de mayo de 1866, Monseñor Laurence, obispo de Tarbes, consagró cinco altares de la cripta que sería el cimiento de la futura capilla del santuario de Lourdes. Al día siguiente, una gran multitud de miles de fieles acudió a la gruta. Hubo una solemne procesión con el obispo a la cabeza. Bernardita estaba presente y la gente la señalaba con la mano. Ella estaba contenta como un ángel e iba vestida con su vestido de hija de María."

Santa Narcisa de Jesús
























Venerable, María Teresa González Quevedo




Tras consagrarse como Hija de María, recibe una medalla de la Virgen. Detrás de ella puede escribir una frase, escogida libremente. Después de reflexionar un poco, formula esta breve oración: 

“Madre mía, que quien me mire, te vea”.



"Ineffabilis Deus" 
Epístola apostólica de Pío IX Del 8 de diciembre de 1854 
SOBRE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.    
     
1. María en los planes de Dios.

El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo, previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar al cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los án­geles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios. Y, por cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que re­portase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original, tan venerable Madre, a quien Dios Padre dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen, y a la que el mismo Hijo en persona determinó hacer sustancialmente su Madre y de la que el Espíritu Santo quiso e hizo que fuese concebido y naciese Aquel de quien él mismo procede. 

2. Sentir de la Iglesia respecto a la concepción inmaculada.

Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo ense­ñada por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la original inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable santidad, y muy en conso­nancia con la altísima dignidad de Madre de Dios, por tenerla como doctrina recibida de lo alto y contenida en el depó­sito de la revelación. Pues esta doctrina, en vigor desde las más antiguas edades, íntimamente inoculada en los espíritus de los fieles, y maravillosamente propagada por el mundo católico por los cuidados afanosos de los sagrados prelados, espléndidamente la puso de relieve la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al público culto y veneración de los fieles la Concepción de la misma Virgen. Ahora bien, con este glorioso hecho, por cierto presentó al culto la Concepción de la misma Virgen como algo singular, maravilloso y muy distinto de los principios de los demás hombres y perfectamente santo, por no celebrar la Iglesia, sino festividades de los santos. Y por eso acostumbró a emplear en los oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aún las mismísimas palabras que emplean las divinas Escrituras tratando de la Sabiduría increada y describiendo sus eternos orígenes, y aplicarla a los principios de la Virgen, los cuales habían sido predeterminados con un mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría. Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi universalmente por los fieles, manifiesten con qué celo haya mantenido también la misma romana Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias, la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo de eso, los gloriosos hechos de esta Iglesia son muy dignos de ser uno a uno enumerados, siendo como es tan grande su dignidad y autoridad, cuanta absolutamente se debe a la que es centro de la verdad y unidad católica, en la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la religión y de la cual todas las demás iglesias han de recibir la tradición de la fe. Así que la misma romana Iglesia no tuvo más en el corazón que profesar, propugnar, propagar y defender la Concepción Inmaculada de la Virgen, su culto y su doctrina, de las maneras más significativas. 3. Favor prestado por los papas al culto de la Inmaculada. Muy clara y abiertamente por cierto testimonian y declaran esto tantos insignes hechos de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, a quienes en la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó el mismo Cristo Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los corderos y las ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y gobernar la universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron muy mucho de establecer consu apostólica autoridad, en la romana Iglesia la fiesta de la Concepción, y darle más auge y esplendor con propio oficio y misa propia, en los que clarísimamente se afirmaba la prerrogativa de la inmunidad de la mancha hereditaria, y de promover y ampliar con toda suerte de industrias el culto ya establecido, ora con la concesión de indulgencias, ora con el permiso otorgado a las ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, ora con la aprobación de sodalicios, congregaciones, institutos religiosos fundados en honra de la Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad de los fundadores de monasterios, hospitales, altares, templos bajo el título de la Inmaculada Concepción, o de los que se obligaron con voto a defender valientemente la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Grandísima alegría sintieron además en decretar que la, festividad de la Concepción debía considerarse por toda la Iglesia exactamente como la de la Natividad, y que debía celebrarse por la universal Iglesia con octava, y que debía ser guardada santamente por todos como las de precepto, y que había de haber capilla papal en nuestra patriarcal basílica Liberiana anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y deseando fomentar cada día más en las mentes de los fieles el conocimiento de la doctrina de la Concepción Inmaculada de María Madre de Dios y estimularles al culto y veneración de la mis­ma Virgen concebida sin mancha original, gozáronse en conceder, con la mayor satisfacción posible, permiso para que públicamente se proclamase en las letanías lauretanas, y en él mismo prefacio de la misa, la Inmaculada Concepción de la Virgen, y se estableciese de esa manera con la ley misma de orar la norma de la fe. Nos, además, siguiendo fielmente las huellas de tan grandes predecesores, no sólo tuvimos por buenas y aceptamos todas las cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas, sino también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra autorización al oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy buen grado concedimos su uso a la universal Iglesia. 4. Débese a los papas la determinación exacta del culto de la Inmaculada Mas, como quiera que las cosas relacionadas con el culto está intima y totalmente ligadas con su objeto, y no pueden permanecer firmes en su buen estado si éste queda envuelto en la vaguedad y ambigüedad, por eso nuestros predecesores romanos Pontífices, qué se dedicaron con todo esmero al esplendor del culto de la Concepción, pusieron tam­bién todo su empeño en esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues con plena claridad enseñaron que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y proscribieron, como falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la opinión de los que opinaban y afirmaban que veneraba la Iglesia, no la concepción, sino la santificación. Ni creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, distinguiendo entre el primero o y segundo instante y momento de la concepción, afirmaban que ciertamente se celebraba la concepción, mas no en el primer instante y momento. Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las palabras verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor, declaró la clara mente de la Iglesia, diciendo: Antigua por cierto es la piedad de losfieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el pri­mer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor del género humano, y que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su Concepción. (Const. "Sollicitudo omnium Ecclesiarum", 8 de diciembre de 1661). Y, ante todas cosas, fue costumbre también entre los mismos predecesores nuestros defender, con todo cuidado, celo y esfuerzo, y mantener incólume la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Pues no solamente no toleraron en modo alguno que se atreviese alguien a mancillar y censurar la doctrina misma, antes, pasando más adelante, clarísima y repetidamente declararon que la doctrina con la que profesamos la Inmaculada Concepción de la Virgen era y con razón se tenía por muy en armonía con el culto eclesiástico y por antigua y casi universal, y era tal que la romana Iglesia se había encargado de su fomento y defensa y que era dignísima que se le diese cabida en la sagrada liturgia misma y en las oraciones públicas 5. Los papas prohibieron la doctrina contraria. Y, no contentos con esto, para que la doctrina misma de la Concepción Inmaculada de la Virgen permaneciese intacta, prohibieron severamente que sepudiese defender pública o privadamente la opinión contraria a esta doctrina y quisieron acabar con aquella a fuerza de múltiples golpes mortales. Esto no obstante, y a pesar de repetidas y clarísimas declaraciones, pasaron a las sanciones, para que estas no fueran vanas. Todas estas cosas comprendió el citado predecesor nuestro Alejandro VII con estas palabras:"Nos, considerando que la Santa Romana Iglesia celebra solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre Virgen María, y que dispuso en otro tiempo un oficio especial y propio acerca de esto, conforme a la piadosa, devota, y laudable práctica que entonces emanó de Sixto IV, Nuestro Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, y jamás cambiado en la Iglesia Romana después de la institución del mismo, y (queriendo), además, salvaguardar esta piedad y devoción de venerar y celebrar la Santísima Virgen preservada del pecado original, claro está, por la gracia proveniente del Espíritu Santo; y deseando conservar en la grey de Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz (Efes. 4, 3), apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos: en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los mencionados Obispos con los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original y en favor también de la fiesta y culto de la Concepción de la misma Virgen Madre de Dios, prestado, según se dice, conforme a esa piadosa sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y penas contenidas en las mismas Constituciones. Y además, a todos y cada uno de los que continuaren interpretando las mencionadas Constituciones o decretos, de suerte que anulen el favor dado por éstas a dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a ella, u osaren promover una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto, o hablar, predicar, tratar, disputar contra estas cosas de cualquier manera, directa o indirectamente o con cualquier pretexto, aún examinar su definibilidad, o de glosar o interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres o Doctores, finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de palabra, determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de cualquier otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras contenidas en las Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos someterles, y por las presentes les sometemos, queremos también privarlos del permiso de predicar, dar lecciones públicas, o de enseñar, y de interpretar, y de voz activa y pasiva en cualesquiera elecciones por el hecho de comportarse de ese modo y sin otra declaración alguna en las penas de inhabilidad perpetua para predicar y dar lecciones públicas, enseñar e interpretar; y que no pueden ser absueltos o dispensados de estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros Sucesores los Romanos Pontífices; y queremos asimismo que sean sometidos, y por las presentes sometemos a los mismos a otras penas infligibles, renovando las Constituciones o decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba mencionados. Prohibimos, bajo las penas y censuras contenidas en el Índice de los libros prohibidos, los libros en los cuales se pone en duda la mencionada sentencia, fiesta o culto conforme a ella, o se escribe o lee algo contra esas cosas de la manera que sea, como arriba queda dicho, o se contienen frase, sermones, tratados y disputas contra las mismas, editados después del decreto de Paulo V arriba citado, o que se editaren de la manera que sea en lo porvenir por expresamente prohibidos, ipso facto y sin más declaración." 6. Sentir unánime de los doctos obispos y religiosos. Mas todos saben con qué celo tan grande fue expuesta, afirmada y defendida esta doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios por las esclarecidísimas familias religiosas y por las más concurridas academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la ciencia de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con qué solicitud tan grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las mismas asambleas eclesiásticas, que la santísima Madre de Dios, la Virgen María, en previsión de los merecimientos de Cristo Señor Redentor, nunca estuvo sometida al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original, y, de consiguiente, redimida de más sublime manera. 7. El concilio de Trento y la tradición, Ahora bien, a estas cosas se añade un hecho verdaderamente de peso y sumamente extraordinario, conviene a saber: que también el concilio Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los testimonios de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos concilios, que los hombres nacen manchados por la culpa original, sin embargo, solemnemente declaró que no era su intención incluir a la santa e Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo y en una definición tan amplia. Pues con esta declaración suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima Virgen había sido librada de la mancha original, y hasta clarísimamente dieron a entender que no podía aducirse fundadamente argumento alguno de las divinas letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres que se opusiera en manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen. Y, en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada. Pues la Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade, antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera trabaja por li­marlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer. 8. Sentir de los Santos Padres y de los escri­tores eclesiásticos. Y por cierto, los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en los libros compuestos para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y enseñar a los fieles, como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas maneras, y a porfía, la altísima santidad de la Virgen, su dignidad, y su inmunidad de toda mancha de pecado, y su gloriosa victoria del terrible enemigo del humano linaje. 9. El Protoevangelio. Por lo cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los principios del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la reparación de los mortales, aplastó la osadía de la engañosa serpiente levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la santísima Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. Por lo cual, así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, asumida la naturaleza humana, borrando la escritura del decreto que nos era contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado. 10. Figuras bíblicas de María. Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e inefable abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla los mismos Padres ya en el arca de Noé que, providencialmente construida, salió totalmentesalva e incólume del común naufragio de todo el mundo; ya en aquella escala que vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y bajaban los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor; ya en la zarza aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y entré el chisporroteo de las llamas no se consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente reverdecía y florecía; ora en aquella torre inexpugnable al enemigo, de la cual cuelgan mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en aquella resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en los montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que, aureola­do de resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en otras verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los Padres enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la Madre de Dios, y su incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a mancha alguna. 11. Los profetas. Para describir este mismo como compendio de divinos dones y la integridad original de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos [Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no festejaron a la misma augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y a Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios, y a arca de santificación, y a casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a la Reina aquella que, rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la boca del Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y siempre libre de toda mancha. 12. El Ave María y el Magnificat. Mas atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino Espíritu: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. De ahí se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló con tal abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a Dios mismo, según se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca posible, fue superior a toda alabanza humana y angélica. 13. Paralelo entre María y Eva Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y santidad de la Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña a por as mortíferas asechanzas de la insidiosísima serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa variedad de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente con la serpiente, cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava; mas la santísima Virgen aumentando de continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente, arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida de lo alto. 14. Expresiones de alabanza Por lo cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas, aunque muy gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas expresiones, que, al tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima mención de la santa Virgen María, a la cual se concedió más gracia para triunfar totalmente del pecado; profesaron además que la gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes, elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, deconsiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia original. A éstos hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que, hablando de la concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su puesto a la gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de Dios no había de ser concebida de Ana antes que la gracia diese su fruto: porqueconvenía, a la verdad, que fuese concebida la primogénita de la que había de ser concebido el primogénito de toda criatura. 15. ¡¡Inmaculada!! Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió ilesa de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturale­za y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad. Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel. 16. Universal consentimiento y peticiones de la definición dogmática. No es, pues, de maravillar que los pastores de la misma Iglesia y los pueblos fieles se hayan gloriado de profesar con tanta piedad, religión y amor la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios, según el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras, confiada a la pos­teridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima autoridad de la Iglesia, de tal modo que a los mismos no les era cosa más dulce, nada más querido, que agasajar, venerar, invocar y hablar en todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de Dios, concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se repitieron también en estos nuestros tiempos, y fueron muy principalmente presentadas a Gregorio XVI, nuestro predecesor, de grato recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya por el clero secular, ya por las familias religiosas, y por los príncipes soberanos y por los fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento de todas estas cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamen­te, tan pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para hacernos cargo del gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos, ciertamente, tanto en el, corazón, conforme a nuestra grandísima veneración, piedad y amor para con la santísima Madre de Dios, la Virgen María, ya desde la tierna infancia sentidos, como llevar al cabo todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia, conviene a saber: dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner en mejor luz sus prerrogativas. 17. Labor preparatoria. Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una congregación, de NN. VV. HH. de los cardenales de la S.R.I., distinguidos por su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas divinas, y escogimos a teólogos eximios, tanto el clero secular como regular, para que considerasen escrupulosamente todo lo referente a la Inmaculada Concepción de la Virgen y nos expusiesen su propio parecer. Mas aunque, a juzgar por las peticiones recibidas, nos era plenamente conocido el sentir decisivo de muchísimos prelados acerca de la definición de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta una carta encíclica, a todos los venerables hermanos del orbe católico, los obispos, con el fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen también a Nos por escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, y qué sentían mayormente los obispos mismos acerca de la definición o qué deseaban para poder dar nuestro soberano fallo de la manera más solemne posible. No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las respuestas de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con una increíble complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y sentir propio y de su clero y pueblo respecto de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, sino también todos a una ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y, entre tanto, no nos sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando nuestros venerables hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban la mencionada congregación especial, y los teólogos dichos elegidos por Nos, después de un diligente examen de la cuestión, nos pidieron con igual entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud, convocamos y celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia, y con sumo consuelo de nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos a bien definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios. Así, pues, extraordinariamente confiados en el Señor de que ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios la Virgen María, que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas Escrituras, la venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia unánime y singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con suma diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo complacer a los piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con la misma santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la Madre. 18. Definición. Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho. 19. Sentimientos de esperanza y exhortación final. Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor Jesucristo, y siempre se lasdaremos, por habernos concedido aun sin merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y decretar este honor, esta gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y apóstoles, y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y que refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor. Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gra­cia en todos los peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede, quedar decepcionada. Finalmente, para que llegué al conocimiento de la universal Iglesia esta nuestra definición de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden estas nuestras letra apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares aún impresos, firmados por algún notario público y resguardados por el sello de alguna persona eclesiástica constituida en dignidad, den todos, exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les fuesen presentadas y mostradas. A nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta, página de nuestra declaración, manifestación, y definición, y oponerse a ella y hacer la guerra con osadía temeraria. Mas si alguien presumiese intentar hacerlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Dado el 8 de diciembre de 1854. Pío IX.