CAPITULO I.
HISTORIA DE LA PÍA UNION
DE LAS HIJAS
DE MARIA.
Cuando
Dios quiere salvar un siglo, y su Iglesia, tiene necesidad de ser vindicada y
glorificada, emite un soplo divino, y se renueva la faz de la tierra. Uno de
esos soplos divinos pasó sobre el mundo en los siglos doce y dieciséis para
especial provecho de la juventud femenina, y se ha renovado en nuestro siglo
con una de esas instituciones que son un poderoso baluarte contra la corrupción
de costumbres y el decaimiento de la fe. En efecto, a principios del siglo XII el
Beato Pedro de Honestis, Canónigo Regular, instituía en la ciudad de Ravena,
en Italia, en la antiquísima Iglesia de Nuestra Señora del Puerto, una Pía Unión titulada de los Hijos é Hijas de María, a la cual dieron su nombre
Pontífices, Emperadores y Emperatrices, Reyes y Reinas, como atestiguan los
pocos documentos que se han podido salvar de un pavoroso
incendio. Y nos es grato recordar aquí que la célebre Condesa Matilde de Canosa
fue la primera de dichas hijas de María.
Al
declinar el siglo XVI
(desde 1594 hasta 1640) otro religioso de nuestra
orden, el Canónigo San Pedro Fourier, Párroco de la Iglesia de Mattaincourt, en
Francia, proveyó a su vez a la reforma de la juventud femenina, erigiendo una
Congregación en honor de la Santísima Virgen bajo el título de su Inmaculada
Concepción, y muy luego pudo palpar sus saludables efectos, pues la parroquia de su cargo se trocó en un asilo de piedad, en un refugio seguro de aquella fe
y religión que parecían haberse perdido por aquellos tiempos en los otros
pueblos de la católica Francia.
Mas,
como suele acontecer en todas las obras humanas, las Congregaciones de los
Padres Honestis y Fourier, fueron decayendo con el andar del tiempo. Dios,
empero, que bien conoce las necesidades de cada siglo, volvió a suscitar en el
presente, en Francia e Italia, de un modo admirable, tan bella y útil
Congregación. En Francia, el Sr. Etienne, Superior General de los Padres de la
Misión y de las Hijas de Caridad, introdujo desde el año 1847 en las escuelas
de dichas religiosas, tan beneméritas de la Sociedad y de la Iglesia, una
Asociación llamada de las Hijas de María y más tarde, conseguía que el Papa Pío
IX de feliz memoria, la aprobara para los establecimientos de las Hijas
de la Caridad.
En
Italia hizo Dios otro tanto para resucitar tan provechosa institución. No
quería El que sólo en Francia se viera enarbolado el estandarte de las Hijas de
María Inmaculada, y no eran sólo las escuelas de las Hijas de la Caridad las
que debían ver reunidas en un grupo jóvenes de menor y mayor edad, consagradas
muy particularmente al servicio de la Emperatriz y Reina del cielo y de la
tierra. Esta Pía Unión se debía extender en corto tiempo, y todas las ciudades,
y pueblos de Italia debían contar con una obra tan bella y útil para la iglesia
y la sociedad. Los designios de la Providencia se cumplieron puntualmente: sacerdotes celosos, auxiliados
por párrocos emprendedores, comenzaron a propagar la milicia de las Hijas de la
Inmaculada, la defendieron de las calumnias, de los insultos, con que los
secuaces del siglo trataron de aplastarla desde el principio; se ocuparon en
formar leyes y reglamentos por medio de los cuales dicha sagrada milicia pudiese
tener vida y fuese considerada, como un cuerpo
moral. La obra bendecida por Dios, no podía dar sino felices resultados:
no contribuyó poco a esto el celo de los Obispos que echando luego de ver en
ella la utilidad que recabarían las jóvenes, la encomiaron y establecieron en
sus diócesis. De ahí resultó que no sólo
en Roma y en Italia sino en las más apartadas regiones, no existe, por decirlo
así, un hospicio, una escuela de niñas que no cuente con un grupo más o menos
numeroso de jóvenes que condecoradas con la medalla de Hijas de María, forman
el consuelo de su familia y son el ejemplo del pueblo.
He
ahí el origen de la Pía Unión conocida con el nombre de la Pía Unión de las
Hijas de María bajo el Patrocinio de la Virgen Inmaculada y de Santa Inés V.
M. que es en la actualidad
la Madre de
las otras.
No
queremos ir demasiado lejos en lo que decimos; pero si nos es lícito
manifestar una idea, no titubeamos en afirmar que el desarrollo impreso a esta Pía Unión, además de ser admirable,
tiene algo de celestial. ¿No es probable acaso que Dios haya querido dar a la
Virgen un nuevo triunfo en un siglo
tan corrompido, en el cual el odio a la Inmaculada ha llegado a poderse comparar
con el de los Iconoclastas?... ¡Quiera Dios que estas Pías Uniones aumenten
siempre! Sólo así nos será dado poner un dique al impetuoso torrente que
amenaza invadir la Europa entera.