"Angelus
meus vobiscum est"
"Mi
ángel está con vosotros..." Baruc 4, 6
La
Religión cristiana nos enseña, que todos tenemos ángeles custodios, que nos ven
aunque nosotros no los veamos: que durante la noche y durante el día, ya que
que hablemos, ya sea que guardemos silencio, ya sea que descansemos o que
andemos, están siempre al lado de nosotros, recogiendo todas nuestras palabras
y observando nuestras acciones y todos nuestros movimientos. Nuestros ángeles
custodios están encargados por la divina Providencia de nuestra seguridad para
que nos acompañen y no nos dejen sino después de la muerte. Dios los ha enviado
para observar todo lo que nosotros hacemos, y darle cuenta aunque él lo sepa.
Él los ha puesto como testigos fieles, cuya integridad no podemos corromper,
como ni tampoco sorprender la vigilancia, engañar la sabiduría, huir la
presencia, ni eludir el testimonio. Vosotros podéis muy bien evitar cualquier
otra presencia cambiando de vestidos y de nombre, pasando de ciudad en ciudad,
de reino en reino; pero esas astucias son del todo inútiles para sustraeros de
la presencia de vuestro ángel. A cualquier parte que vayáis él os sigue, aunque
fuera a las soledades más inaccesibles.
Todavía hay más: no sólo él no os abandona nunca, sino que os conduce por el
buen camino y os defiende contra los ataques de vuestros enemigos: él se
inquieta por vosotros, y tiene un cuidado todo particular de vosotros. Así
pues, ¿qué reconocimiento no debeis tener, hermanos mios, a vuestros ángeles
custodios, y con qué humildad y acción de gracias no debeis agradecer todos los
cuidados que ellos toman continuamente por vuestra salud? ¡Ojalá pudiese yo
excitar en vosotros estos sentimientos que parecen borrados del corazón de la
mayor parte de los cristianos, y despertar vuestra fe y vuestra devoción a los
santos ángeles que Dios ha establecido para que os guarden!
¡Cuán
grandes son, hermanos mios, las misericordias de Dios! Aunque pueda él hacerlo
todo inmediatamente por sí mismo, se sire no obstante de las causas segundas
para la ejecución de sus designios. Propiamente hablando, es Dios solo el que
nos guarda, el que nos conserva, el que nos rodea por todas partes de su
protección. Pero lo que él puede hacer por sí solo, quiere efectuarlo por el
ministerio de los santos ángeles que nosotros llamamos comúnmente por este
motivo nuestros ángeles custodios. Ellos lo son en efecto por los muchos buenos
oficios que nos prestan casi a cada instante, y que el Espíritu Santo nos ha
indicado en las santas Escrituras, de los que ha querido darnos una excelente
idea por estas palabras que Dios dirigió a su pueblo (Éxo 23,20): Yo te enviaré
mi ángel que irá delante de ti, te guardará durante el camino y te introducirá
en el lugar que he preparado. Así pues, nuestros ángeles de la guarda velan
sobre nosotros continuamente y nos asisten sin cesar en medios de los peligros
que corremos y que nos ponen en todos momentos a riesgo de perdernos. Muchas
veces nos dormimos sobre el borde del precipicio, y nuestro ángel de la guarda nos despierta,,
como lo hizo en otro tiempo con San Pedro en la cárcel (Act 9,7) Surge velociter: Despiértate, sal de
este lugar, abandona esta casa, rompe estas cadenas. Otras veces nos avisa con
presentimientos interiores. Nosotros no sabemos ni de dónde vienen, ni lo que
quieren decir; pero si no hubiésemos sido disuadidos de ir a a tal parte según
teníamos costumbre, o de dar tal paso, estábamos perdidos sin remedio.
Ignoramos el cómo hemos sido preservados de aquella desgracia: pero es nuestro
buen ángel, ese guardián fiel que nos conduce en todos nuestros caminos. (Continuará)