La Pia Unión de la Hijas de María es una asociación de niñas y jóvenes católicas que aún no han elegido estado, y que buscan imitar en todo a la Santísima Virgen a través del cumplimiento de sus deberes en la vida familiar y parroquial; y que luego de un tiempo de probación, se consagran a su Santísima Madre como sus Hijas predilectas, sin ningún otro lazo que las ate más que el de un inmenso amor a su Inmaculado Corazón, la búsqueda de la perfección cristiana y la imitación de sus admirables virtudes.

†
"Qui me invenerit, inveniet vitam et auriet salutem a Domino" (Quien me encuentra, encuentra la Vida y alcanzará de Dios la Salvación).Prov. 8,34

31 may 2014

Excelencia de la devoción a nuestro Ángel custodio - Parte 2

      


      Si vosotros me preguntáis qué es lo que excita a nuestros ángeles custodios a socorrednos con tanto celo, y lo que los induce a manifestarnos tanto amor, os diré que ellos ven sin cesar la cara de Dios, ellos están siempre en su presencia. Allí ven los movimientos de su corazón y el amor infinito que tiene por nosotros: así es que toman todas las dimensiones de aquella caridad divina, sobre la cual regulan la suya. Esas inteligencias sublimes la contemplan en el mismo Dios, iluminadas como son de las luces de la gloria: ellas conciben su altura y profundidad: ellas ven que dios, ese Ser infinito e incomprensible, se digna fijar sus ojos sobre criaturas tan débiles como son los hombres: consideran por fin, que desde la eternidad Dios los ha amado, ha querido asociarlos a su propia dicha, y no se ha desdeñado de revestirse de su naturaleza en el misterios adorable de su Encarnación.

       Pero ¿es cierto, que todos nosotros tengamos nuestro ángel de la guarda? Sí, hermanos míos: este es el sentimiento de la Iglesia universal, de que cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda que la providencia ha sometido a su conducta para ayudarle a alcanzar la vida eterna. Dios, dice el profeta (Sal 90, 11), ha mandado a los ángeles que os guarden en todos vuestros caminos; y el Hijo de Dios dice en el Evangelio (Sn. Mat 18,10): Guardaos de despreciar a uno siquiera de esos pequeños; porque yo os declaro que los ángeles de ellos contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en los cielos. De estos espíritus celestiales, los unos gobiernan los cielos y los astros, los otros gobiernan los reinos, y, como dice San Clemente, cada nación tiene su protector que tiene de ella un cuidado particular. Por ejemplo, hay un ángel tutelar de la España, de la Francia, etc.; y en las sagradas Letras hallamos uno (Dan. X, 43) que es llamado el príncipe de los Persas, porque velaba para el bien común de aquel imperio. Los hay que están encargados de la protección de las familias religiosas, como lo observa santo Tomás; otros de las iglesias y templos consagrados a Dios. Algunos santos Padres hasta sostienen, que hay ángeles protectores de las casas particulares, en especial de aquellas que son gente de bien. Pero sea de esto lo que se quiera, está fuera de toda duda, que cada uno de los hombres tiene el suyo que le sirve de tutor y gobernador, como es muy conforme al poder, a la sabiduría y a la bondad de Dios.

     La Escritura nos refiere que el lecho del rey Salomón estaba rodeado de sesenta guardias, los más fuertes, los más valientes y los más diestros que había en Israel, y que todos ellos velaban armados de su espada mientras que el príncipe dormía, para defenderle de las sorpresas y de los peligros de la noche. Gracias a la misericordia divina, no hay ni uno de nosotros que no pueda gloriarse de tener semejante dicha, y aún mayor. Nosotros estamos rodeados, no de sesenta guerreros escogidos entre los hombres siempre susceptibles de debilidad o sorpresa, sino de un guerrero inmortal e invencible, escogido entre las tropas y los ejércitos del Señor. Es un espíritu celeste, que vela para guardar y defender a nuestras almas contra las asechanzas de las potestades de las tinieblas y de los infiernos. Es un ángel del Altísimo, que tiene cuidado de que nuestros enemigos no se valgan de alguna sorpresa, y no vengan a turbar nuestro reposo.


       ¡Qué motivo de confianza, hermanos míos, qué medio más eficaz para obtener de Dios todas las gracias que nos son necesarias si sabemos aprovecharnos de esta coyuntura! Si un embajador que reside en la corte de un príncipe extranjero, no deja de hacer uso de todo su talento y su crédito para conducir bien los negocios de que está encargado y obtener su buen resultado: nosotros, a quienes Dios ha elevado a la categoría de amigos suyos y de príncipes de su sangre con la alianza que ha querido contratar con nosotros en el bautismo, ¿qué es lo que debemos temer de nuestros enemigos visibles e invisibles, teniendo en su corte a un ángel, que es un residente ordinario? Yo sé muy bien, que nosotros tenemos grandes asuntos que tratar: no es cuestión de un pequeño interés temporal, sino de la herencia del reino celestial y de una felicidad eterna: yo sé que hay muchas cuestiones que discutir, y que nuestros enemigos oponen a ellas extraños obstáculos. Pero a pesar de ello ¿qué tememos? Sepamos encargar nuestros intereses a ese embajador y a ese agente tan fiel, tan inteligente, tan celoso y lleno de poder. ¡Cuántas veces hemos roto la alianza entre nuestra alma y Dios a causa de nuestras infidelidades y rebeldías! ¡Y cuántas veces nuestro buen ángel ha aplacado el justo enojo del Señor, alegado nuestro flaqueza, hecho presentes los lazos y las sorpresas que han armado nuestros enemigos, y nos ha obtenido tiempo para entrar otra vez en nosotros mismos, para hacer penitencia y evitar los justos castigos que habíamos merecido! (Continuará)