ORACIÓN
Madre mía Dolorosa,
desecha en amargo llanto,
al pie del madero santo
en donde expira el Redentor.
Con tu manto protector,
cúbrenos dulce María,
y antes que la culpa impía
mi pecho llegue a manchar,
mil veces llegue a expirar
a tus plantas Madre mía.
Amén.
LECTURA: DE LOS EJERCICIOS
DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR
(San Franscisco de Sales - Introducción a la Vida Devota)
Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se
escribe una palabra sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta
de nuevo en la cáscara, bien colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta
de esta manera, todo el fruto que el árbol producirá después, llevará
igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí, Filotea, nunca he
podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por
el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos.
Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el
interior: «Convertíos a Mí de todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu
corazón»; porque así, siendo el corazón la fuente de los actos, son éstos lo
que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le dice: «Ponme un sello
sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí, ciertamente, pues
cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también en
todas sus acciones exteriores.
Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en
tu corazón este santo y sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de
esto, tu vida, que proviene de tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá
todos los actos, que son sus frutos, escritos y grabados con el mismo nombre de
salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu corazón, vivirá también en todas
tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca, en tus manos y
aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo: «Vivo
yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra:
el que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este
mismo corazón, por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya
acerca de cómo ha de regular su manera de conducirse y su porte exterior, a fin
de que, no sólo se vea en él la santa devoción, sino también una gran prudencia
y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas advertencias.
Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días,
además de los prescritos por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario
del ayuno, que es elevar el espíritu, refrenar la carne, practicar la virtud y
alcanzar una mayor recompensa en el cielo, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el
enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y
sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban
en la abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo
aconsejen tu devoción y la discreción de tu director.
De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama
Leta: «Mucho me desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en
aquellos que se hallan en edad todavía tierna. He aprendido, por experiencia,
que el potro, cuando está cansado de andar, busca la manera de escabullirse»;
es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos, fácilmente degenera
en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están demasiado
cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy
expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y
cuando está demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de
su vigor, y lo segundo lo vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así
como nosotros a duras penas podemos llevar el cuerpo cuando está demasiado
grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros cuando está demasiado flaco. La
falta de esta moderación en los ayunos y austeridades
inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos, como
sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido
demasiado austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los
comienzos, se ven obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato
justo y proporcionado a las cargas y trabajos a que esté obligado por su
condición?
El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que
haces te es muy necesario o es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que
sufras la penalidad del trabajo que la del ayuno; éste es el sentir de la
Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al servicio de Dios y
del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno se
mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos,
confesando, predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros
ejercicios semejantes; esta mortificación vale más que aquélla, porque, además
de refrenar, como ella, produce frutos mucho más deseables. Por lo tanto, en
general, es preferible guardar las fuerzas corporales más de lo necesario, que
agotarlas más de lo que conviene, pues podemos abatirlas siempre que queremos,
mas no repararlas siempre que es necesario.
Me parece que hemos de sentir mucha reverencia por el aviso que
nuestro Salvador y Redentor Jesús dio a sus discípulos: «Comed lo que os pongan
delante». Creo que es mayor virtud comer, sin elegir lo que te presenten y por
el mismo orden que te lo den, ya sea de tu agrado, ya no lo sea, que escoger
siempre lo peor. Porque, aunque esta manera de vivir parece más austera, no
obstante la otra exige más resignación, pues, por ella, no sólo se renuncia al
propio gusto, sino también a escoger, y, ciertamente, no es pequeña austeridad
doblegar siempre el propio gusto al gusto de los demás y tenerlo sujeto a las
circunstancias, tanto más cuanto que esta clase de mortificación no es
aparatosa, ni molesta para nadie, y muy apropiada a la vida social. Rechazar
unos manjares para tomar otros, picar y gustarlo todo, no encontrar nunca cosa
alguna bien hecha ni limpia, quejarse a cada momento.... todo esto delata un
corazón goloso y demasiado atento a los platos y a los manjares. Más dice en
favor de San Bernardo que bebiese, sin darse cuenta, aceite en lugar de agua o
vino, que si, a sabiendas, hubiese bebido agua de ajenjos; porque era señal de
que no pensaba en lo que bebía. Y, en este descuido de lo que se ha de comer o
beber, consiste la práctica perfecta de esta sagrada advertencia: «Comed lo que
os pongan delante». No obstante, exceptúo los manjares que perjudican a la
salud o que ponen enfermizo al espíritu, como son, para muchos, los manjares
calientes o picantes, alcohólicos o flatulentos, y exceptúo también algunas
ocasiones en las cuales la naturaleza necesita ser recreada o alentada, para
poder soportar algún trabajo para la gloria de Dios.Una constante y moderada sobriedad vale más que las abstinencias
violentas, hechas de tarde en tarde y con treguas de gran relajación.
Es menester emplear la noche en dormir, tanto como sea necesario,
para poder velar muy útilmente de día, cada uno según su complexión. Y, como
quiera que la Sagrada Escritura, en muchos lugares, el ejemplo de los santos y
la razón natural nos recomiendan, en gran manera, el madrugar, por ser este
tiempo el mejor y el más fructuoso de nuestro día, y el mismo Nuestro Señor es
llamado sol naciente, y la Santísima Virgen alba del día, creo que es una
virtud acostarse temprano, por la noche, para poder despertarse y levantarse
muy de mañana. Ciertamente, esta hora es la más agradable, la más dulce y la
menos embarazosa; aun los pájaros, en ella, nos invitan a despertarnos y a
alabar a Dios: así, pues, el madrugar es útil a la salud y a la santidad.
Balaán iba, montado en su asna, al encuentro de Balac. Mas, como que
no obraba con rectitud de intención, le esperó en el camino el ángel con una
espada para matarle. La asna, que veía al ángel, se detuvo pertinazmente por
tres veces; Balaán no cesaba de golpearla cruelmente a bastonazos, para
obligarla a andar, hasta que, a la tercera vez, la asna, agachándose, con
Balaán montado encima, le habló, por un milagro, y le dijo: «¿Qué te he hecho
yo? ¿Por qué me has golpeado ya tres veces?» Y enseguida se le abrieron a
Balaán los ojos, y vio al ángel el cual le dijo: «¿Por qué has pegado a tu asna?
Si ella no hubiese retrocedido delante de mí, yo te hubiera muerto y hubiera
salvado a ella». Entonces dijo Balaán al ángel: «Señor, he pecado, porque no
sabía que te hubieses puesto frente a mí, en el camino». ¿Lo ves Filotea?
Balaán es la causa del mal, pega y da de bastonazos a la pobre asna, que no
tiene ninguna culpa.
¡Ah pobre alma! Si tu carne
pudiese hablar, como la burra de Balaán, te diría: ¿Por qué me pegas,
miserable? Es sobre ti, alma mía, que Dios descarga su ira; eres tú la
criminal. ¿Por qué me induces a malas conversaciones? ¿Por qué aplicas mis
ojos, mis manos, mis labios a las deshonestidades? ¿Por qué me perturbas con
imaginaciones perversas? Ten pensamientos buenos, y yo no tendré movimientos
malos; trata con personas honestas, y yo no seré excitada por su
concupiscencia. ¡Ah! eres tú la que me arrojas al fuego, y, después, quieres
que no arda; tiras pavesas a los ojos, y no quieres que se inflamen». Y Dios te
dice, indudablemente, en estas ocasiones: «Castiga, rompe, acuchilla, despoja
principalmente tu corazón, ya que es contra él que se ha encendido mi enojo».
Es cierto que para curar la comezón no es tan necesario lavarse y bañarse como
purificar la sangre y refrescar el hígado; así también, para curar nuestros
defectos, bueno es mortificar la carne, pero, ante todo, es necesario purificar
nuestros afectos y refrescar nuestros corazones. Ahora bien, en todo y por
todas partes, de ninguna manera se han de emprender austeridades corporales sin
el consejo de nuestro guía.
Madre mía Dolorosa,
desecha en amargo llanto,
al pie del madero santo
en donde expira el Redentor.
Con tu manto protector,
cúbrenos dulce María,
y antes que la culpa impía
mi pecho llegue a manchar,
mil veces llegue a expirar
a tus plantas Madre mía.
Amén.
LECTURA: DE LOS EJERCICIOS
DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR
(San Franscisco de Sales - Introducción a la Vida Devota)
Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se escribe una palabra sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta de nuevo en la cáscara, bien colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta de esta manera, todo el fruto que el árbol producirá después, llevará igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí, Filotea, nunca he podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos.
Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el
interior: «Convertíos a Mí de todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu
corazón»; porque así, siendo el corazón la fuente de los actos, son éstos lo
que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le dice: «Ponme un sello
sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí, ciertamente, pues
cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también en
todas sus acciones exteriores.
Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en
tu corazón este santo y sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de
esto, tu vida, que proviene de tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá
todos los actos, que son sus frutos, escritos y grabados con el mismo nombre de
salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu corazón, vivirá también en todas
tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca, en tus manos y
aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo: «Vivo
yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra:
el que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este
mismo corazón, por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya
acerca de cómo ha de regular su manera de conducirse y su porte exterior, a fin
de que, no sólo se vea en él la santa devoción, sino también una gran prudencia
y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas advertencias.
Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días,
además de los prescritos por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario
del ayuno, que es elevar el espíritu, refrenar la carne, practicar la virtud y
alcanzar una mayor recompensa en el cielo, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el
enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y
sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban
en la abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo
aconsejen tu devoción y la discreción de tu director.
De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama
Leta: «Mucho me desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en
aquellos que se hallan en edad todavía tierna. He aprendido, por experiencia,
que el potro, cuando está cansado de andar, busca la manera de escabullirse»;
es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos, fácilmente degenera
en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están demasiado
cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy
expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y
cuando está demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de
su vigor, y lo segundo lo vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así
como nosotros a duras penas podemos llevar el cuerpo cuando está demasiado
grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros cuando está demasiado flaco. La
falta de esta moderación en los ayunos y austeridades
inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos, como
sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido
demasiado austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los
comienzos, se ven obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato
justo y proporcionado a las cargas y trabajos a que esté obligado por su
condición?
El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que
haces te es muy necesario o es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que
sufras la penalidad del trabajo que la del ayuno; éste es el sentir de la
Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al servicio de Dios y
del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno se
mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos,
confesando, predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros
ejercicios semejantes; esta mortificación vale más que aquélla, porque, además
de refrenar, como ella, produce frutos mucho más deseables. Por lo tanto, en
general, es preferible guardar las fuerzas corporales más de lo necesario, que
agotarlas más de lo que conviene, pues podemos abatirlas siempre que queremos,
mas no repararlas siempre que es necesario.
Me parece que hemos de sentir mucha reverencia por el aviso que nuestro Salvador y Redentor Jesús dio a sus discípulos: «Comed lo que os pongan delante». Creo que es mayor virtud comer, sin elegir lo que te presenten y por el mismo orden que te lo den, ya sea de tu agrado, ya no lo sea, que escoger siempre lo peor. Porque, aunque esta manera de vivir parece más austera, no obstante la otra exige más resignación, pues, por ella, no sólo se renuncia al propio gusto, sino también a escoger, y, ciertamente, no es pequeña austeridad doblegar siempre el propio gusto al gusto de los demás y tenerlo sujeto a las circunstancias, tanto más cuanto que esta clase de mortificación no es aparatosa, ni molesta para nadie, y muy apropiada a la vida social. Rechazar unos manjares para tomar otros, picar y gustarlo todo, no encontrar nunca cosa alguna bien hecha ni limpia, quejarse a cada momento.... todo esto delata un corazón goloso y demasiado atento a los platos y a los manjares. Más dice en favor de San Bernardo que bebiese, sin darse cuenta, aceite en lugar de agua o vino, que si, a sabiendas, hubiese bebido agua de ajenjos; porque era señal de que no pensaba en lo que bebía. Y, en este descuido de lo que se ha de comer o beber, consiste la práctica perfecta de esta sagrada advertencia: «Comed lo que os pongan delante». No obstante, exceptúo los manjares que perjudican a la salud o que ponen enfermizo al espíritu, como son, para muchos, los manjares calientes o picantes, alcohólicos o flatulentos, y exceptúo también algunas ocasiones en las cuales la naturaleza necesita ser recreada o alentada, para poder soportar algún trabajo para la gloria de Dios.Una constante y moderada sobriedad vale más que las abstinencias violentas, hechas de tarde en tarde y con treguas de gran relajación.
Es menester emplear la noche en dormir, tanto como sea necesario,
para poder velar muy útilmente de día, cada uno según su complexión. Y, como
quiera que la Sagrada Escritura, en muchos lugares, el ejemplo de los santos y
la razón natural nos recomiendan, en gran manera, el madrugar, por ser este
tiempo el mejor y el más fructuoso de nuestro día, y el mismo Nuestro Señor es
llamado sol naciente, y la Santísima Virgen alba del día, creo que es una
virtud acostarse temprano, por la noche, para poder despertarse y levantarse
muy de mañana. Ciertamente, esta hora es la más agradable, la más dulce y la
menos embarazosa; aun los pájaros, en ella, nos invitan a despertarnos y a
alabar a Dios: así, pues, el madrugar es útil a la salud y a la santidad.
Balaán iba, montado en su asna, al encuentro de Balac. Mas, como que
no obraba con rectitud de intención, le esperó en el camino el ángel con una
espada para matarle. La asna, que veía al ángel, se detuvo pertinazmente por
tres veces; Balaán no cesaba de golpearla cruelmente a bastonazos, para
obligarla a andar, hasta que, a la tercera vez, la asna, agachándose, con
Balaán montado encima, le habló, por un milagro, y le dijo: «¿Qué te he hecho
yo? ¿Por qué me has golpeado ya tres veces?» Y enseguida se le abrieron a
Balaán los ojos, y vio al ángel el cual le dijo: «¿Por qué has pegado a tu asna?
Si ella no hubiese retrocedido delante de mí, yo te hubiera muerto y hubiera
salvado a ella». Entonces dijo Balaán al ángel: «Señor, he pecado, porque no
sabía que te hubieses puesto frente a mí, en el camino». ¿Lo ves Filotea?
Balaán es la causa del mal, pega y da de bastonazos a la pobre asna, que no
tiene ninguna culpa.
¡Ah pobre alma! Si tu carne
pudiese hablar, como la burra de Balaán, te diría: ¿Por qué me pegas,
miserable? Es sobre ti, alma mía, que Dios descarga su ira; eres tú la
criminal. ¿Por qué me induces a malas conversaciones? ¿Por qué aplicas mis
ojos, mis manos, mis labios a las deshonestidades? ¿Por qué me perturbas con
imaginaciones perversas? Ten pensamientos buenos, y yo no tendré movimientos
malos; trata con personas honestas, y yo no seré excitada por su
concupiscencia. ¡Ah! eres tú la que me arrojas al fuego, y, después, quieres
que no arda; tiras pavesas a los ojos, y no quieres que se inflamen». Y Dios te
dice, indudablemente, en estas ocasiones: «Castiga, rompe, acuchilla, despoja
principalmente tu corazón, ya que es contra él que se ha encendido mi enojo».
Es cierto que para curar la comezón no es tan necesario lavarse y bañarse como
purificar la sangre y refrescar el hígado; así también, para curar nuestros
defectos, bueno es mortificar la carne, pero, ante todo, es necesario purificar
nuestros afectos y refrescar nuestros corazones. Ahora bien, en todo y por
todas partes, de ninguna manera se han de emprender austeridades corporales sin
el consejo de nuestro guía.