¿Porque usar el "Velo de Misa"? Averígualo en el siguiente video...!
La Pia Unión de la Hijas de María es una asociación de niñas y jóvenes católicas que aún no han elegido estado, y que buscan imitar en todo a la Santísima Virgen a través del cumplimiento de sus deberes en la vida familiar y parroquial; y que luego de un tiempo de probación, se consagran a su Santísima Madre como sus Hijas predilectas, sin ningún otro lazo que las ate más que el de un inmenso amor a su Inmaculado Corazón, la búsqueda de la perfección cristiana y la imitación de sus admirables virtudes.
†
5 sept 2014
9 ago 2014
13 jul 2014
ESPECIAL: Fotos de Santa María Goretti
Final del mes especial de la gran "Fiesta de Santa María Goretti", co-patrona de la Pía Unión de las Hijas de María, obsequiamos una colección de imágenes sobre la vida de esta santa patrona nuestra y de todas las jovencitas cristianas que desean conservarse en virtud.
26 jun 2014
Hoy, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
Coronilla al Sagrado Corazón de Jesús
V. Deus † in adiutorium meum intende.
R. Domine, ad adiuvandum me festina
V. Gloria Patri, et Filio, * et Spiritui Sancto.
R. Sicut erat et nunc et semper.
Amorosísimo Jesús mío, al mirar a vuestro adorable corazón y al verle todo piedad y dulzura para con los pecadores, siénteme alegrar el mío y llenar de confianza que seré bien acogida por Vos. Pero ¡ay! ¡cuántos pecados he cometido! Mas ahora como Pedro, como la Magdalena arrepentida, los lloro y detesto, porque os han ofendido, siendo Vos el sumo bien. Sí, sí, concededme un general perdón; y quisiera mil veces morir antes que volver a ofenderos; esto es lo que os pido por vuestro mismo corazón y que pueda vivir solamente para amaros.
Recítese un Pater y cinco Gloria
De Jesús sagrado corazón,
Acrecienta en mí tu amor.
2. Bendigo, Jesús mío, vuestro humildísimo corazón y os doy gracias porque al dármelo por modelo, no sólo con vivas instancias me invitáis a imitarlo, sino que también a costa de tantas humillaciones vuestras me señaláis y aplanáis la vía. ¡Insensata e ingrata que fui! ¡Oh! ¡cuánto anduve descarriada! Perdonadme. No seré más soberbia, sino que de corazón humilde entre humillaciones os quiero seguir y alcanzar paz y salud. Fortalecedme Vos y bendeciré en eterno vuestro corazón.
Un Pater y cinco Gloria. De Jesús, etc.
3. Admiro, Jesús mío, vuestro pacientísimo corazón y os doy gracias por tantos maravillosos ejemplos de invencible paciencia que nos dejasteis. Pésame que inútilmente reprochan mi extraña delicadeza, que no quiere sufrir la más mínima pena. ¡Ah, amado Jesús mío! infundid en mi corazón un ferviente y constante amor a las tribulaciones, a las cruces, a la mortificación, a la penitencia, a fin de que siguiéndoos al Calvario, llegue con Vos a la gloria y felicidad del Paraíso.
Un Pater y cinco Gloria. De Jesús, etc.
4. En la presencia de vuestro mansísimo corazón, amado Jesús mío, yo me espanto por mi corazón tan diferente del vuestro. Demasiado es
cierto que yo a una sombra, a un gesto, a una palabra en contrario me perturbo y quejo. ¡Ah! perdonad esos mis excesos y dadme gracia de imitar por el porvenir en cualquier contrariedad vuestra inquebrantable mansedumbre y pueda gozar de una paz perdurable y santa.
cierto que yo a una sombra, a un gesto, a una palabra en contrario me perturbo y quejo. ¡Ah! perdonad esos mis excesos y dadme gracia de imitar por el porvenir en cualquier contrariedad vuestra inquebrantable mansedumbre y pueda gozar de una paz perdurable y santa.
Un Pater y cinco Gloria. De Jesús, etc.
5. Tribútense alabanzas, oh Jesús mío, a vuestro generosísimo corazón vencedor de la muerte y del infierno, pues bien se las merece todas. Yo me confundo más y más al ver mi corazón tan pusilánime que teme por cualquier hablilla y respeto humano; pero no será más así. De Vos imploro tan constante fuerza que peleando y ganando en tierra, triunfe un día alegremente con Vos en el cielo.
Un Pater y cinco Gloria. De Jesús, etc.
Dirijámonos a María consagrándonos siempre más a ella y confiando en su maternal corazón, digámosle: Por las grandes prendas de vuestro corazón dulcísimo, alcanzadme, oh gran Madre de Dios y Madre mía, verdadera y estable devoción a1 Sagrado Corazón de Jesús, Hijo vuestro, para que encerrada en él, con mis pensamientos y afectos cumpla con todos mis deberes y con generosidad de corazón sirva siempre, pero especialmente en este día, a Jesús.
V. Cor Jesu flagrans amore nostri. (Corazón de Jesús, ardiente de amor por nosotros.)
R. Inflamma cor nostrum amore tui. ( R. Inflama nuestros corazones con vuestro amor.)
OREMUS.
Concede quaesumus onmipotens Deus, ut qui in sanctissimo dilecti filii tui Corde gloriantes, praecipua in nos caritatis ejus beneficia recolimus, eorum páriter et actu delectemur et fructu. Per eudem Christum Dominum nostrum. Amen.
14 jun 2014
Excelencia de la devoción a nuestro Ángel custodio - Parte 3 Final
Nosotros debemos honrar á
nuestros ángeles custodios, darles gracias, invocarlos, y seguir sus
inspiraciones. Es cierto, que el culto y la invocación de los santos ángeles, ó
la veneración que la Iglesia ha tenido siempre por esos espíritus
bienaventurados, no es en ninguna manera contraria al precepto de honrar y amar
á Dios solo. Y en efecto, ¿sería posible hallar á alguno tan insensato para
imaginarse que, porque un rey hubiese prohibido á cualquiera de sus vasallos el
tomar el título de rey, y permitir que se le hiciesen los mismos honores que se
hacen á su persona, fuese esto un indicio de que no quería que se honrase á sus
ministros y á sus oficiales? Porque, aunque los cristianos honren á los ángeles
siguiendo el ejemplo de los santos del antiguo Testamento, ellos se guardan
bien de tributarles los mismos honores que á Dios. Así, cuando leemos que los
ángeles han rehusado ciertos honores de parte de los hombres, esto ha sido
porque en aquellas ocasiones se quería tributarles el honor supremo que no es
debido sino á Dios solamente. Y si Dios ha querido que se hiciesen tantos
honores á los reyes, por medio de los cuales él gobierna este mundo; ¿por qué
no debe ser permitido honrar a los ángeles, que son los ministros de quienes
se sirve, no solo para el gobierno de su Iglesia en particular, sino también
para el de todo este universo, y con el auxilio de los cuales somos librados
todos los días de mil peligros, tanto del alma, como del cuerpo?
Entremos por lo tanto en los
sentimientos de la Iglesia, y hagamos todos nuestros esfuerzos para honrar á
nuestros ángeles custodios. Oigamos a san Bernardo: Nosotros debemos tener,
dice este Padre (In Psalm. Qai habitat) , un grande respeto a la presencia de
nuestros ángeles tutelares, reverentiam pro praesentia-. su excelencia, su
santidad, su dignidad nos inducen a ello. La majestad de los reyes de la tierra
imprime tanto respeto, que su sola presencia nos mantiene en el deber. Pero,
dice Jesucristo (Matth. XI, 11) el que es más pequeño en el cielo, es más
grande que todo lo que hay di más elevado en la tierra: el último de los
ángeles es más noble que el más grande potentado de este mundo: y siendo esto
así, ¿con qué respeto no debemos estar delante de ellos, pensando que siempre
están presentes á Dios, y al mismo tiempo siempre presentes a nosotros? Cuando
nuestras pasiones quieren arrastrarnos a alguna acción indigna, imaginémonos,
decía un sabio, que estamos delante de una persona de eminente virtud y de
grande autoridad: este solo pensamiento nos contendrá. El consejo es bueno;
pero sería mucho más eficaz si nuestra imaginación nos representara a esta
persona realmente presente. Ahora bien, nuestro ángel de la guarda, ese
espíritu tan noble y tan puro, está realmente presente a nosotros: y en este
supuesto ¿cómo nos atreveríamos a hacer delante de él lo que nos
avergonzaríamos de hacer en la presencia del último de los hombres? ¿Creemos
acaso que sea insensible a un desprecio tan grande? ¿Y no tememos sus
consecuencias?
2.° Si, en sentir de san Jerónimo (Lib. ni, Comment.
in cap. 10 Matthei), es una prueba incontestable de la excelencia de nuestras
almas el saber, que apenas son ellas creadas, cuando Dios les destina un
príncipe de su corte para que tome cuidado de ellas y se encargue de
conducirlas; sin embargo esto no es cosa que deba sorprendernos, puesto que
está en el orden de la sabiduría de Dios el emplear esas inteligencias, como a oficiales suyos, en el gobierno de este vasto universo. Pero, el que esos
espíritus inmortales, tan superiores a nosotros por su naturaleza, y dotados de
aquella plenitud de felicidad de que disfrutan por la posesión del mismo Dios
que es su supremo bien; que esas criaturas, digo, tan nobles, tan excelentes,
tan perfectas, estén destinadas a conducir, no solo a príncipes y monarcas,
sino también al mas ínfimo de todos los hombres y al mas miserable que exista
sobre la tierra, y saber que se aplican a ello con todo el cuidado que pueda
imaginarse, y que consideran este empleo como el mayor y el mas glorioso: esto
es, hermanos míos, lo que debe causar admiración a todos los hombres, y ser no
menos el motivo de su agradecimiento. La felicidad de que disfrutan, no les
impide aliviar nuestras miserias: ellos están en el cielo, y conversan con los
hombres sobre la tierra a un mismo tiempo: ellos alaban y bendicen al Criador,
y están atentos á las necesidades de las criaturas.
De esto se sigue, que pueden
considerarse esos espíritus bienaventurados bajo dos aspectos, que ambos se
expresan con el nombre de ángeles, el cual es tomado de su oficio y no de su
naturaleza, y significa mensajeros, embajadores, y enviados. Esto lo explicó
muy bien san Bernardo. Esos espíritus puros, dice, dirigiéndose a Dios, son
los vuestros y los nuestros a la vez, es decir, son vuestros embajadores cerca
de los hombres, y al mismo tiempo son los enviados de los hombres cerca de Vos.
Ellos no se contentan con tomar cuidado de nosotros, prestarnos toda clase de
buenos servicios, procurarnos toda especie dé bienes, preservarnos de mil
peligros, librarnos de infinidad de males: ellos presentan también nuestras oraciones
a Dios, y nos traen sus gracias: ellos nos llevan, por decirlo así, en sus
manos; y cuando tenemos la desgracia de caer, nos ayudan á levantarnos de
nuestras caídas. ¿Qué reconocimiento no les debemos por tantos y tan grandes
beneficios?
3.° El poder y el crédito de los santos
ángeles se emplea continuamente y en toda su integridad á favor de nosotros,
por nuestros asuntos, por nuestras necesidades; porque, como acabo de decirla,
son nuestros ángeles cerca de Dios, y nuestros guías sobre la tierra. Ellos
nos protegen contra nuestros enemigos, nos apartan del mal, y nos incitan al
bien por medio de las buenas inspiraciones que nos dan, y las gracias que no
cesan de procurarnos, rogando por nosotros. La misma Escritura santa nos dice (Tob. XII, 12), que esos espíritus bienaventurados presentan al Señor, no solo las oraciones
y las lágrimas de los individuos en particular, sino también que se interesan
por las provincias y los reinos (Dan.X, 12). Así es que está llena de testimonios
que autorizan la invocación que les hacemos. Jacob pidió al ángel, con quien había
luchado, que le bendijera (Gen. XXXII, 26): y hasta le obligó a ello,
protestándole que no le dejaría ir sin que antes hubiese recibido su bendición.
Y no solo invocó a este ángel á quien veía, sino también á otro al que no veía,
como se desprende de estas palabras que dirigió a los hijos de José (Gen. XLVIII,
16): Proteja y bendiga a esos niños el ángel que me libró de todo mal: Angelus,
qui eripuil me de cundís malis, benedicat pueris istis. Y en vista de ello,
¿qué no debemos esperar nosotros del socorro de nuestros ángeles de la guarda?
¡qué intercesión más poderosa ! ¡y con qué confianza no debemos implorar su
asistencia!
Nosotros debemos acudir a nuestros
ángeles custodios en todas nuestras necesidades, principalmente por la mañana y
a la noche todos los días, y en dos ocasiones particulares, la primera de las
cuales es cuando deliberamos ó queremos emprender algún asunto importante en el
cual tenemos necesidad de consejo y de asistencia. Pidamos a nuestro buen ángel
que nos guie en este asunto, de manera que no lo emprendamos si no es conforme
a la voluntad de Dios, para su servicio y nuestra salvación, y que nos asista
para concluirlo felizmente. Este medio es muy eficaz para que tengan un buen
efecto nuestras oraciones, y para atraer la bendición del cielo sobre todas
nuestras empresas. Es imposible que dejen de tener un feliz suceso teniendo tan
buen conductor, que es a un mismo tiempo muy fiel, muy poderoso y sumamente
sabio. La segunda ocasión es cuando nos vemos atacados de alguna tentación, y
expuestos al peligro de ofender a Dios. Cuando viereis, dice san Bernardo, que
os amenaza de cerca una grande tentación, ó que se acerca una grande tribulación,
invocad á vuestro custodio, á vuestro guía, á aquel que os socorre con
oportunidad en vuestras necesidades. En una palabra, encomendaos á él todos
los días de vuestra vida: rogadle que vele sin cesar sobre vuestra conducta:
sed dóciles y fieles en seguir las santas inspiraciones que él os sugiere:
pedidle que os preserve de los males de esta vida, y en especial del pecado que
es el mayor de los males, y que por fin os conduzca á la vida eterna. Amén.
31 may 2014
Excelencia de la devoción a nuestro Ángel custodio - Parte 2
Si vosotros me preguntáis qué es lo que
excita a nuestros ángeles custodios a socorrednos con tanto celo, y lo que los
induce a manifestarnos tanto amor, os diré que ellos ven sin cesar la cara de
Dios, ellos están siempre en su presencia. Allí ven los movimientos de su
corazón y el amor infinito que tiene por nosotros: así es que toman todas las
dimensiones de aquella caridad divina, sobre la cual regulan la suya. Esas
inteligencias sublimes la contemplan en el mismo Dios, iluminadas como son de
las luces de la gloria: ellas conciben su altura y profundidad: ellas ven que
dios, ese Ser infinito e incomprensible, se digna fijar sus ojos sobre
criaturas tan débiles como son los hombres: consideran por fin, que desde la
eternidad Dios los ha amado, ha querido asociarlos a su propia dicha, y no se
ha desdeñado de revestirse de su naturaleza en el misterios adorable de su
Encarnación.
Pero ¿es cierto, que todos nosotros tengamos
nuestro ángel de la guarda? Sí, hermanos míos: este es el sentimiento de la
Iglesia universal, de que cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda que
la providencia ha sometido a su conducta para ayudarle a alcanzar la vida eterna.
Dios, dice el profeta (Sal 90, 11), ha mandado a los ángeles que os guarden en
todos vuestros caminos; y el Hijo de Dios dice en el Evangelio (Sn. Mat 18,10):
Guardaos de despreciar a uno siquiera de esos pequeños; porque yo os declaro
que los ángeles de ellos contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en
los cielos. De estos espíritus celestiales, los unos gobiernan los cielos y los
astros, los otros gobiernan los reinos, y, como dice San Clemente, cada nación
tiene su protector que tiene de ella un cuidado particular. Por ejemplo, hay un
ángel tutelar de la España, de la Francia, etc.; y en las sagradas Letras
hallamos uno (Dan. X, 43) que es llamado el
príncipe de los Persas, porque velaba para el bien común de aquel imperio.
Los hay que están encargados de la protección de las familias religiosas, como
lo observa santo Tomás; otros de las iglesias y templos consagrados a Dios.
Algunos santos Padres hasta sostienen, que hay ángeles protectores de las casas
particulares, en especial de aquellas que son gente de bien. Pero sea de esto
lo que se quiera, está fuera de toda duda, que cada uno de los hombres tiene el
suyo que le sirve de tutor y gobernador, como es muy conforme al poder, a la
sabiduría y a la bondad de Dios.
La Escritura nos refiere que el lecho del rey
Salomón estaba rodeado de sesenta guardias, los más fuertes, los más valientes
y los más diestros que había en Israel, y que todos ellos velaban armados de su
espada mientras que el príncipe dormía, para defenderle de las sorpresas y de
los peligros de la noche. Gracias a la misericordia divina, no hay ni uno de
nosotros que no pueda gloriarse de tener semejante dicha, y aún mayor. Nosotros
estamos rodeados, no de sesenta guerreros escogidos entre los hombres siempre
susceptibles de debilidad o sorpresa, sino de un guerrero inmortal e
invencible, escogido entre las tropas y los ejércitos del Señor. Es un espíritu
celeste, que vela para guardar y defender a nuestras almas contra las
asechanzas de las potestades de las tinieblas y de los infiernos. Es un ángel
del Altísimo, que tiene cuidado de que nuestros enemigos no se valgan de alguna
sorpresa, y no vengan a turbar nuestro reposo.
¡Qué motivo de confianza, hermanos míos, qué
medio más eficaz para obtener de Dios todas las gracias que nos son necesarias
si sabemos aprovecharnos de esta coyuntura! Si un embajador que reside en la
corte de un príncipe extranjero, no deja de hacer uso de todo su talento y su
crédito para conducir bien los negocios de que está encargado y obtener su buen
resultado: nosotros, a quienes Dios ha elevado a la categoría de amigos suyos y
de príncipes de su sangre con la alianza que ha querido contratar con nosotros
en el bautismo, ¿qué es lo que debemos temer de nuestros enemigos visibles e
invisibles, teniendo en su corte a un ángel, que es un residente ordinario? Yo
sé muy bien, que nosotros tenemos grandes asuntos que tratar: no es cuestión de
un pequeño interés temporal, sino de la herencia del reino celestial y de una
felicidad eterna: yo sé que hay muchas cuestiones que discutir, y que nuestros
enemigos oponen a ellas extraños obstáculos. Pero a pesar de ello ¿qué tememos?
Sepamos encargar nuestros intereses a ese embajador y a ese agente tan fiel, tan
inteligente, tan celoso y lleno de poder. ¡Cuántas veces hemos roto la alianza
entre nuestra alma y Dios a causa de nuestras infidelidades y rebeldías! ¡Y
cuántas veces nuestro buen ángel ha aplacado el justo enojo del Señor, alegado
nuestro flaqueza, hecho presentes los lazos y las sorpresas que han armado
nuestros enemigos, y nos ha obtenido tiempo para entrar otra vez en nosotros
mismos, para hacer penitencia y evitar los justos castigos que habíamos
merecido! (Continuará)
Excelencia de la devoción a nuestro Ángel custodio - Parte 1
"Angelus
meus vobiscum est"
"Mi
ángel está con vosotros..." Baruc 4, 6
La
Religión cristiana nos enseña, que todos tenemos ángeles custodios, que nos ven
aunque nosotros no los veamos: que durante la noche y durante el día, ya que
que hablemos, ya sea que guardemos silencio, ya sea que descansemos o que
andemos, están siempre al lado de nosotros, recogiendo todas nuestras palabras
y observando nuestras acciones y todos nuestros movimientos. Nuestros ángeles
custodios están encargados por la divina Providencia de nuestra seguridad para
que nos acompañen y no nos dejen sino después de la muerte. Dios los ha enviado
para observar todo lo que nosotros hacemos, y darle cuenta aunque él lo sepa.
Él los ha puesto como testigos fieles, cuya integridad no podemos corromper,
como ni tampoco sorprender la vigilancia, engañar la sabiduría, huir la
presencia, ni eludir el testimonio. Vosotros podéis muy bien evitar cualquier
otra presencia cambiando de vestidos y de nombre, pasando de ciudad en ciudad,
de reino en reino; pero esas astucias son del todo inútiles para sustraeros de
la presencia de vuestro ángel. A cualquier parte que vayáis él os sigue, aunque
fuera a las soledades más inaccesibles.
Todavía hay más: no sólo él no os abandona nunca, sino que os conduce por el
buen camino y os defiende contra los ataques de vuestros enemigos: él se
inquieta por vosotros, y tiene un cuidado todo particular de vosotros. Así
pues, ¿qué reconocimiento no debeis tener, hermanos mios, a vuestros ángeles
custodios, y con qué humildad y acción de gracias no debeis agradecer todos los
cuidados que ellos toman continuamente por vuestra salud? ¡Ojalá pudiese yo
excitar en vosotros estos sentimientos que parecen borrados del corazón de la
mayor parte de los cristianos, y despertar vuestra fe y vuestra devoción a los
santos ángeles que Dios ha establecido para que os guarden!
¡Cuán
grandes son, hermanos mios, las misericordias de Dios! Aunque pueda él hacerlo
todo inmediatamente por sí mismo, se sire no obstante de las causas segundas
para la ejecución de sus designios. Propiamente hablando, es Dios solo el que
nos guarda, el que nos conserva, el que nos rodea por todas partes de su
protección. Pero lo que él puede hacer por sí solo, quiere efectuarlo por el
ministerio de los santos ángeles que nosotros llamamos comúnmente por este
motivo nuestros ángeles custodios. Ellos lo son en efecto por los muchos buenos
oficios que nos prestan casi a cada instante, y que el Espíritu Santo nos ha
indicado en las santas Escrituras, de los que ha querido darnos una excelente
idea por estas palabras que Dios dirigió a su pueblo (Éxo 23,20): Yo te enviaré
mi ángel que irá delante de ti, te guardará durante el camino y te introducirá
en el lugar que he preparado. Así pues, nuestros ángeles de la guarda velan
sobre nosotros continuamente y nos asisten sin cesar en medios de los peligros
que corremos y que nos ponen en todos momentos a riesgo de perdernos. Muchas
veces nos dormimos sobre el borde del precipicio, y nuestro ángel de la guarda nos despierta,,
como lo hizo en otro tiempo con San Pedro en la cárcel (Act 9,7) Surge velociter: Despiértate, sal de
este lugar, abandona esta casa, rompe estas cadenas. Otras veces nos avisa con
presentimientos interiores. Nosotros no sabemos ni de dónde vienen, ni lo que
quieren decir; pero si no hubiésemos sido disuadidos de ir a a tal parte según
teníamos costumbre, o de dar tal paso, estábamos perdidos sin remedio.
Ignoramos el cómo hemos sido preservados de aquella desgracia: pero es nuestro
buen ángel, ese guardián fiel que nos conduce en todos nuestros caminos. (Continuará)
10 may 2014
Santa María Mazarello, Ilustre Hija de María
Santa
religiosa que fue hija de María, y a su vez, fundadora de una de las
congregaciones más grandes para la Iglesia: «Santa María Mazarello», Hijas de
María Auxiliadora. Cuando tuvo edad comenzó a ir a la catequesis y a los
15 años, por invitación de Ángela Maccagno, ingresó al primer grupo de la Pía
Unión de las Hijas de la Inmaculada. La pertenencia a esta asociación le dio la
oportunidad de profundizar la devoción mariana. La Virgen se convirtió en el
ideal de vida consagrada y apostólica. Entonces su compromiso se intensificó y
se extendió a las jóvenes, a las madres de familia y a los enfermos del
pueblo. Perteneció a ellas durante dieciséis años que dejaron huella en la
joven María.
"Su
Primer Encuentro con Don Bosco"
1863
es un año muy revuelto, por lo visto. María empieza a coger a niñas internas,
abre una pequeña casa los fines de semana… Y en otro lado de Italia D. Bosco
tiene un sueño. Sí, otro de sus sueños. Esta vez sueña que ya está bien de
dedicarse sólo a los niños, las niñas también necesitan ayuda.
Y,
casualidad, a los pocos días se encuentra con Don Pestarino el párroco del
pueblo. Y hablando, hablando… le habla de María y su asociación. D. Bosco, que
comprende que es lo que deseaba, empieza a maquinar… Promete ir al pueblo. De
momento da al cura una medalla de Mª Auxiliadora para cada una de las jóvenes
que trabajan con Maín, que era el nombre que daban a María Dominica Mazzarello.
¡Una medalla! ¡Vaya cosa! ¿Vaya cosa? Pensar que
cuántas cosas consiguió Don Bosco pidiéndoselas a María Auxiliadora. Y un día Don Bosco se presenta con la banda de sus
chicos . ¡La que se armó! Como ya era famoso, hasta adornaron el pueblo. Conoce
y saluda a María y sus amigas, cuando se va, lanza una propuesta al pueblo:
¿Por qué no hacéis un colegio? La cosa cuajó. Y todo el pueblo se puso a
construir el colegio para Don Bosco.
La verdad
es que pasaron mucha hambre, viviendo como podían; pero como tenían claro lo
que querían, siguieron adelante. Mientras tanto, el colegio está acabado y Don
Bosco viene a bendecirlo. Cuando se entera de cómo viven las chicas, dice para
sus adentros: ¡Ya está! Estás son las de mi sueño. Se encargarán de las chicas
como yo de los chicos. Y les manda un reglamento.
Mientras, María y sus compañeras de Asociación
deciden ir a vivir juntas, en comunidad, y así poder atender mejor a las niñas.
Pero los padres de María se niegan. Don Pestarino intercede y les convence.
¡Empieza una nueva época para ellas! Eligen a María “directora”. Ella no
quiere. ¡Si casi no sabía leer y escribir! Pero insisten tanto…que por fin
acepta. Poco después llama a Don Pestarino para preguntarle cómo ve que las
Hijas de la Inmaculada se conviertan en las Hijas de María Auxiliadora; es
decir, que sean las Fundadoras de la Congregación de las Salesianas… Y para
empezar, que el colegio que habían hecho será para las chicas. ¡¡¡La que se
armó en Mornese!!! Con lo que les había costado hacer el colegio ¡Iba a ser
para mujeres! Fue la guerra. Hasta piedras les tiraron. Pero como toda obra que
es de Dios, dio frutos que perduran hasta nuestros días.
Su fiesta se celebra el 13 de mayo, mismo día en que se aparece su amada Madre celestial a unos pastorcitos en tierras portuguesas.
22 mar 2014
Tiempo de cuaresma
ORACIÓN
Madre mía Dolorosa,
desecha en amargo llanto,
al pie del madero santo
en donde expira el Redentor.
Con tu manto protector,
cúbrenos dulce María,
y antes que la culpa impía
mi pecho llegue a manchar,
mil veces llegue a expirar
a tus plantas Madre mía.
Amén.
LECTURA: DE LOS EJERCICIOS
DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR
(San Franscisco de Sales - Introducción a la Vida Devota)
Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se
escribe una palabra sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta
de nuevo en la cáscara, bien colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta
de esta manera, todo el fruto que el árbol producirá después, llevará
igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí, Filotea, nunca he
podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por
el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos.
Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el
interior: «Convertíos a Mí de todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu
corazón»; porque así, siendo el corazón la fuente de los actos, son éstos lo
que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le dice: «Ponme un sello
sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí, ciertamente, pues
cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también en
todas sus acciones exteriores.
Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en
tu corazón este santo y sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de
esto, tu vida, que proviene de tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá
todos los actos, que son sus frutos, escritos y grabados con el mismo nombre de
salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu corazón, vivirá también en todas
tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca, en tus manos y
aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo: «Vivo
yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra:
el que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este
mismo corazón, por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya
acerca de cómo ha de regular su manera de conducirse y su porte exterior, a fin
de que, no sólo se vea en él la santa devoción, sino también una gran prudencia
y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas advertencias.
Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días,
además de los prescritos por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario
del ayuno, que es elevar el espíritu, refrenar la carne, practicar la virtud y
alcanzar una mayor recompensa en el cielo, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el
enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y
sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban
en la abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo
aconsejen tu devoción y la discreción de tu director.
De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama
Leta: «Mucho me desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en
aquellos que se hallan en edad todavía tierna. He aprendido, por experiencia,
que el potro, cuando está cansado de andar, busca la manera de escabullirse»;
es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos, fácilmente degenera
en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están demasiado
cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy
expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y
cuando está demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de
su vigor, y lo segundo lo vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así
como nosotros a duras penas podemos llevar el cuerpo cuando está demasiado
grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros cuando está demasiado flaco. La
falta de esta moderación en los ayunos y austeridades
inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos, como
sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido
demasiado austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los
comienzos, se ven obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato
justo y proporcionado a las cargas y trabajos a que esté obligado por su
condición?
El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que
haces te es muy necesario o es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que
sufras la penalidad del trabajo que la del ayuno; éste es el sentir de la
Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al servicio de Dios y
del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno se
mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos,
confesando, predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros
ejercicios semejantes; esta mortificación vale más que aquélla, porque, además
de refrenar, como ella, produce frutos mucho más deseables. Por lo tanto, en
general, es preferible guardar las fuerzas corporales más de lo necesario, que
agotarlas más de lo que conviene, pues podemos abatirlas siempre que queremos,
mas no repararlas siempre que es necesario.
Me parece que hemos de sentir mucha reverencia por el aviso que
nuestro Salvador y Redentor Jesús dio a sus discípulos: «Comed lo que os pongan
delante». Creo que es mayor virtud comer, sin elegir lo que te presenten y por
el mismo orden que te lo den, ya sea de tu agrado, ya no lo sea, que escoger
siempre lo peor. Porque, aunque esta manera de vivir parece más austera, no
obstante la otra exige más resignación, pues, por ella, no sólo se renuncia al
propio gusto, sino también a escoger, y, ciertamente, no es pequeña austeridad
doblegar siempre el propio gusto al gusto de los demás y tenerlo sujeto a las
circunstancias, tanto más cuanto que esta clase de mortificación no es
aparatosa, ni molesta para nadie, y muy apropiada a la vida social. Rechazar
unos manjares para tomar otros, picar y gustarlo todo, no encontrar nunca cosa
alguna bien hecha ni limpia, quejarse a cada momento.... todo esto delata un
corazón goloso y demasiado atento a los platos y a los manjares. Más dice en
favor de San Bernardo que bebiese, sin darse cuenta, aceite en lugar de agua o
vino, que si, a sabiendas, hubiese bebido agua de ajenjos; porque era señal de
que no pensaba en lo que bebía. Y, en este descuido de lo que se ha de comer o
beber, consiste la práctica perfecta de esta sagrada advertencia: «Comed lo que
os pongan delante». No obstante, exceptúo los manjares que perjudican a la
salud o que ponen enfermizo al espíritu, como son, para muchos, los manjares
calientes o picantes, alcohólicos o flatulentos, y exceptúo también algunas
ocasiones en las cuales la naturaleza necesita ser recreada o alentada, para
poder soportar algún trabajo para la gloria de Dios.Una constante y moderada sobriedad vale más que las abstinencias
violentas, hechas de tarde en tarde y con treguas de gran relajación.
Es menester emplear la noche en dormir, tanto como sea necesario,
para poder velar muy útilmente de día, cada uno según su complexión. Y, como
quiera que la Sagrada Escritura, en muchos lugares, el ejemplo de los santos y
la razón natural nos recomiendan, en gran manera, el madrugar, por ser este
tiempo el mejor y el más fructuoso de nuestro día, y el mismo Nuestro Señor es
llamado sol naciente, y la Santísima Virgen alba del día, creo que es una
virtud acostarse temprano, por la noche, para poder despertarse y levantarse
muy de mañana. Ciertamente, esta hora es la más agradable, la más dulce y la
menos embarazosa; aun los pájaros, en ella, nos invitan a despertarnos y a
alabar a Dios: así, pues, el madrugar es útil a la salud y a la santidad.
Balaán iba, montado en su asna, al encuentro de Balac. Mas, como que
no obraba con rectitud de intención, le esperó en el camino el ángel con una
espada para matarle. La asna, que veía al ángel, se detuvo pertinazmente por
tres veces; Balaán no cesaba de golpearla cruelmente a bastonazos, para
obligarla a andar, hasta que, a la tercera vez, la asna, agachándose, con
Balaán montado encima, le habló, por un milagro, y le dijo: «¿Qué te he hecho
yo? ¿Por qué me has golpeado ya tres veces?» Y enseguida se le abrieron a
Balaán los ojos, y vio al ángel el cual le dijo: «¿Por qué has pegado a tu asna?
Si ella no hubiese retrocedido delante de mí, yo te hubiera muerto y hubiera
salvado a ella». Entonces dijo Balaán al ángel: «Señor, he pecado, porque no
sabía que te hubieses puesto frente a mí, en el camino». ¿Lo ves Filotea?
Balaán es la causa del mal, pega y da de bastonazos a la pobre asna, que no
tiene ninguna culpa.
¡Ah pobre alma! Si tu carne
pudiese hablar, como la burra de Balaán, te diría: ¿Por qué me pegas,
miserable? Es sobre ti, alma mía, que Dios descarga su ira; eres tú la
criminal. ¿Por qué me induces a malas conversaciones? ¿Por qué aplicas mis
ojos, mis manos, mis labios a las deshonestidades? ¿Por qué me perturbas con
imaginaciones perversas? Ten pensamientos buenos, y yo no tendré movimientos
malos; trata con personas honestas, y yo no seré excitada por su
concupiscencia. ¡Ah! eres tú la que me arrojas al fuego, y, después, quieres
que no arda; tiras pavesas a los ojos, y no quieres que se inflamen». Y Dios te
dice, indudablemente, en estas ocasiones: «Castiga, rompe, acuchilla, despoja
principalmente tu corazón, ya que es contra él que se ha encendido mi enojo».
Es cierto que para curar la comezón no es tan necesario lavarse y bañarse como
purificar la sangre y refrescar el hígado; así también, para curar nuestros
defectos, bueno es mortificar la carne, pero, ante todo, es necesario purificar
nuestros afectos y refrescar nuestros corazones. Ahora bien, en todo y por
todas partes, de ninguna manera se han de emprender austeridades corporales sin
el consejo de nuestro guía.
Madre mía Dolorosa,
desecha en amargo llanto,
al pie del madero santo
en donde expira el Redentor.
Con tu manto protector,
cúbrenos dulce María,
y antes que la culpa impía
mi pecho llegue a manchar,
mil veces llegue a expirar
a tus plantas Madre mía.
Amén.
LECTURA: DE LOS EJERCICIOS
DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR
(San Franscisco de Sales - Introducción a la Vida Devota)
Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se escribe una palabra sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta de nuevo en la cáscara, bien colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta de esta manera, todo el fruto que el árbol producirá después, llevará igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí, Filotea, nunca he podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos.
Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el
interior: «Convertíos a Mí de todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu
corazón»; porque así, siendo el corazón la fuente de los actos, son éstos lo
que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le dice: «Ponme un sello
sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí, ciertamente, pues
cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también en
todas sus acciones exteriores.
Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en
tu corazón este santo y sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de
esto, tu vida, que proviene de tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá
todos los actos, que son sus frutos, escritos y grabados con el mismo nombre de
salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu corazón, vivirá también en todas
tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca, en tus manos y
aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo: «Vivo
yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra:
el que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este
mismo corazón, por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya
acerca de cómo ha de regular su manera de conducirse y su porte exterior, a fin
de que, no sólo se vea en él la santa devoción, sino también una gran prudencia
y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas advertencias.
Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días,
además de los prescritos por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario
del ayuno, que es elevar el espíritu, refrenar la carne, practicar la virtud y
alcanzar una mayor recompensa en el cielo, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el
enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y
sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban
en la abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo
aconsejen tu devoción y la discreción de tu director.
De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama
Leta: «Mucho me desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en
aquellos que se hallan en edad todavía tierna. He aprendido, por experiencia,
que el potro, cuando está cansado de andar, busca la manera de escabullirse»;
es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos, fácilmente degenera
en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están demasiado
cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy
expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y
cuando está demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de
su vigor, y lo segundo lo vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así
como nosotros a duras penas podemos llevar el cuerpo cuando está demasiado
grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros cuando está demasiado flaco. La
falta de esta moderación en los ayunos y austeridades
inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos, como
sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido
demasiado austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los
comienzos, se ven obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato
justo y proporcionado a las cargas y trabajos a que esté obligado por su
condición?
El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que
haces te es muy necesario o es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que
sufras la penalidad del trabajo que la del ayuno; éste es el sentir de la
Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al servicio de Dios y
del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno se
mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos,
confesando, predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros
ejercicios semejantes; esta mortificación vale más que aquélla, porque, además
de refrenar, como ella, produce frutos mucho más deseables. Por lo tanto, en
general, es preferible guardar las fuerzas corporales más de lo necesario, que
agotarlas más de lo que conviene, pues podemos abatirlas siempre que queremos,
mas no repararlas siempre que es necesario.
Me parece que hemos de sentir mucha reverencia por el aviso que nuestro Salvador y Redentor Jesús dio a sus discípulos: «Comed lo que os pongan delante». Creo que es mayor virtud comer, sin elegir lo que te presenten y por el mismo orden que te lo den, ya sea de tu agrado, ya no lo sea, que escoger siempre lo peor. Porque, aunque esta manera de vivir parece más austera, no obstante la otra exige más resignación, pues, por ella, no sólo se renuncia al propio gusto, sino también a escoger, y, ciertamente, no es pequeña austeridad doblegar siempre el propio gusto al gusto de los demás y tenerlo sujeto a las circunstancias, tanto más cuanto que esta clase de mortificación no es aparatosa, ni molesta para nadie, y muy apropiada a la vida social. Rechazar unos manjares para tomar otros, picar y gustarlo todo, no encontrar nunca cosa alguna bien hecha ni limpia, quejarse a cada momento.... todo esto delata un corazón goloso y demasiado atento a los platos y a los manjares. Más dice en favor de San Bernardo que bebiese, sin darse cuenta, aceite en lugar de agua o vino, que si, a sabiendas, hubiese bebido agua de ajenjos; porque era señal de que no pensaba en lo que bebía. Y, en este descuido de lo que se ha de comer o beber, consiste la práctica perfecta de esta sagrada advertencia: «Comed lo que os pongan delante». No obstante, exceptúo los manjares que perjudican a la salud o que ponen enfermizo al espíritu, como son, para muchos, los manjares calientes o picantes, alcohólicos o flatulentos, y exceptúo también algunas ocasiones en las cuales la naturaleza necesita ser recreada o alentada, para poder soportar algún trabajo para la gloria de Dios.Una constante y moderada sobriedad vale más que las abstinencias violentas, hechas de tarde en tarde y con treguas de gran relajación.
Es menester emplear la noche en dormir, tanto como sea necesario,
para poder velar muy útilmente de día, cada uno según su complexión. Y, como
quiera que la Sagrada Escritura, en muchos lugares, el ejemplo de los santos y
la razón natural nos recomiendan, en gran manera, el madrugar, por ser este
tiempo el mejor y el más fructuoso de nuestro día, y el mismo Nuestro Señor es
llamado sol naciente, y la Santísima Virgen alba del día, creo que es una
virtud acostarse temprano, por la noche, para poder despertarse y levantarse
muy de mañana. Ciertamente, esta hora es la más agradable, la más dulce y la
menos embarazosa; aun los pájaros, en ella, nos invitan a despertarnos y a
alabar a Dios: así, pues, el madrugar es útil a la salud y a la santidad.
Balaán iba, montado en su asna, al encuentro de Balac. Mas, como que
no obraba con rectitud de intención, le esperó en el camino el ángel con una
espada para matarle. La asna, que veía al ángel, se detuvo pertinazmente por
tres veces; Balaán no cesaba de golpearla cruelmente a bastonazos, para
obligarla a andar, hasta que, a la tercera vez, la asna, agachándose, con
Balaán montado encima, le habló, por un milagro, y le dijo: «¿Qué te he hecho
yo? ¿Por qué me has golpeado ya tres veces?» Y enseguida se le abrieron a
Balaán los ojos, y vio al ángel el cual le dijo: «¿Por qué has pegado a tu asna?
Si ella no hubiese retrocedido delante de mí, yo te hubiera muerto y hubiera
salvado a ella». Entonces dijo Balaán al ángel: «Señor, he pecado, porque no
sabía que te hubieses puesto frente a mí, en el camino». ¿Lo ves Filotea?
Balaán es la causa del mal, pega y da de bastonazos a la pobre asna, que no
tiene ninguna culpa.
¡Ah pobre alma! Si tu carne
pudiese hablar, como la burra de Balaán, te diría: ¿Por qué me pegas,
miserable? Es sobre ti, alma mía, que Dios descarga su ira; eres tú la
criminal. ¿Por qué me induces a malas conversaciones? ¿Por qué aplicas mis
ojos, mis manos, mis labios a las deshonestidades? ¿Por qué me perturbas con
imaginaciones perversas? Ten pensamientos buenos, y yo no tendré movimientos
malos; trata con personas honestas, y yo no seré excitada por su
concupiscencia. ¡Ah! eres tú la que me arrojas al fuego, y, después, quieres
que no arda; tiras pavesas a los ojos, y no quieres que se inflamen». Y Dios te
dice, indudablemente, en estas ocasiones: «Castiga, rompe, acuchilla, despoja
principalmente tu corazón, ya que es contra él que se ha encendido mi enojo».
Es cierto que para curar la comezón no es tan necesario lavarse y bañarse como
purificar la sangre y refrescar el hígado; así también, para curar nuestros
defectos, bueno es mortificar la carne, pero, ante todo, es necesario purificar
nuestros afectos y refrescar nuestros corazones. Ahora bien, en todo y por
todas partes, de ninguna manera se han de emprender austeridades corporales sin
el consejo de nuestro guía.
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